Una campesina que luchó en la ciudad
Petronila Delgadillo es originaria de San Francisco Libre, municipio del departamento de Managua. Su vida transcurrió entre las verdes montañas, donde los ríos riegan los campos, en una tierra donde se disfruta de ese aire fresco y puro que alimenta a los pulmones. En esta zona del país la ganadería es la principal actividad económica de la población.
Doña Nila, como la conocen popularmente en el barrio, tuvo cinco hijos, a quienes educó con mucho esfuerzo y dedicación; a pesar de tener pocos estudios, logró salir adelante con su familia, para darles educación y un hogar lo más estable posible.
Su compañero de vida es don Pedro, quien en su juventud abandonó el pueblo en busca de fortuna y dejó a doña Nila con sus tres pequeños hijos, por lo que ella tuvo grandes dificultades para alimentarlos y darles todo lo que requerían para su mejor bienestar.
Pasaron los años y doña Nila no tenía noticias de su esposo. Al tiempo decidió juntarse con Roberto, con quien inició una relación de amistad que al final se volvió en un afecto y sentimiento recíproco muy tierno, por lo que decidieron unirse como pareja y procrearon un hijo al que nombraron Héctor.
Todo transcurría muy tranquilo y el bebé crecía feliz. Pero, al cumplir los tres meses el pequeño, reapareció don Pedro y buscó nuevamente a Nila. Cuando se dio cuenta de que ella tenía un nuevo compañero, el hombre le reclamó y, al encontrarse con Roberto comenzaron a discutir. El exesposo llegó hasta el punto de amenazar a la nueva pareja de Petronila y lo persiguió con machete en mano. Roberto huyó para salvar su vida y se fue del pueblo. Dejó a su mujer con su tierno hijo y de él no volvió a saber nada.
Esta mujer, al final, decidió emigrar con sus cuatro hijos a Managua, la ciudad capital; en parte por la guerra civil desatada durante la década de 1980, pero también para buscar un mejor futuro para sus vástagos. Allá, con mucho esfuerzo logró conseguir un terreno en el barrio Villa Vallarta a orillas del lago Xolotlán.
Doña Petronila comienza una nueva etapa, levantó su humilde casa con plástico, cartón y madera, pero tranquila en compañía de sus hijos. Establecida en su hogar, inicia a “palmear” o “echar” tortillas para venderlas y ganar dinero para comprar los alimentos para su familia. También se dedica a lavar y planchar ropa de sus vecinas para obtener otros dividendos.
Con el tiempo se dedicó a la venta de frijoles cocidos, sus hijos se encargaban de buscar leña seca en las orillas del lago para encender el fogón y a la vez preparar los alimentos. Estando en su nuevo hogar nace su quinto y último hijo, logra salir adelante con todos ellos.
Con el paso del tiempo regresa a su lugar de origen, donde lleva mercadería para vender, como joyas y ropa, en busca de hacer crecer sus finanzas. Ahora tiene una pulpería que surgió con la ayuda de su hijo Héctor, por quien se vio impulsada a viajar a la ciudad capital. Con su emprendimiento tiene el sustento de la familia que ahora está integrada por varios nietos.