Las mujeres también luchan
La vida es como una ruleta, nunca sabes lo que te va a tocar o cuando llegará a su fin, ¡pues hoy estamos, mañana quién sabe!
Con orgullo te digo que me llamo Liliana Prado Campo. Voy a compartir contigo lo que aprendí junto con otras valientes mujeres en el sanguinario campo de batalla durante la década de 1980, esos años que fueron los peores que me ha tocado vivir y que estoy segura que nunca olvidaré.
Una linda y soleada mañana del lunes durante el mes de enero, en el pueblo La Mona, me encontraba en el río lavando ropa, cuando escuché el sonido inconfundible de un camión, el cual llegaba a reclutar obligatoriamente a hombres y mujeres para ser enviados al campo de batalla con el argumento de defender a la patria. De esa manera nos llevaron a mí y a mi esposo Arturo Pellas junto a otros 50 civiles de la comunidad.
Nos asignaron a un campamento en las montañas. Por la posición en la que se encontraba, era un buen punto de defensa, salvo por el río, ya que este cubría nuestra visión y el enemigo podía ocultarse fácilmente. Ese era el talón de Aquiles. Las mujeres éramos asignadas a la cocina, pero todas recibimos el mismo entrenamiento militar que los varones.
Una mañana partió un pelotón a defender la base militar vecina, entre ellos iba mi esposo Arturo. Con lágrimas y besos me despedí de él. Mientras el batallón se perdía en el horizonte, mi esperanza de volver a verlo se desvaneció. Esa misma tarde llegó un comunicado que decía que tropas enemigas intentarían atacar a nuestro refugio.
La batalla nos llegó en horas de la mañana, nuestros soldados defendían con valor nuestra posición, pero el enemigo se dio cuenta de nuestro punto débil, la ribera del río, y desde allí empezaron a atacar, debido a la falta de reclutas para proteger esa zona. Un grupo de valientes mujeres nos ofrecimos a luchar para defender el lugar, al capitán no le pareció buena idea, pero no tuvo otra opción, así que nos armó con un AK-47 y tres granadas a cada una y nos envió al río.
Las balas volaban por doquier y el olor a pólvora se esparcía por todo el ambiente. Tengo que destacar la valentía de una compañera, Guadalupe, quien arriesgando su vida logró lanzar una granada que alcanzó al francotirador enemigo, causando su muerte; aunque él ya había asesinado a cinco de nuestras combatientes. Cuando este cae, nosotras nos levantamos y, sin piedad, empezamos a repartir balas hasta que no quedó ningún contrario en pie. Justo en el instante que creía que todo había acabado, un soldado disparó contra Guadalupe y ella falleció. A la mañana siguiente me llegó la terrible noticia de que mi amado también había perecido, debido a una explosión.
Ya han pasado 23 años desde aquellos hechos, pero nunca olvidaré la valentía de esas honorables mujeres que tomaron un arma y me acompañaron a defender a mi patria. No me enorgullezco de los asesinatos que cometí en el campo de batalla. Hoy día soy doctora, así que ya no quito vidas, por el contrario, ayudo a salvarlas.