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Cuando Carla Nayleth Martínez sale de su casa hacia su trabajo se despide de su hija Abigail del Carmen con un beso y agradece a Dios por el éxito logrado en su desempeño profesional. No fue fácil, tuvo que vencer varios obstáculos, pero nunca se rindió.

Nació en 1990, en el seno de una generación de policías. Desde su llegada a este mundo su padre había pronosticado que ella sería otro miembro más del cuerpo de seguridad del país; sin embargo, el sueño de esta chica era ser abogada. Esta decisión no le agradó a su progenitor y esto trajo consigo desavenencias en el hogar, por lo que optó por independizarse al cumplir la mayoría de edad.

Continuó con sus estudios y trabajó para lograr su meta, aunque sin el apoyo de sus padres era más difícil. Sin embargo, su perseverancia, esfuerzo y dedicación no iban a flaquear.

Pasado un tiempo, recibió una llamada telefónica para informarle que su papá había tenido un accidente. Inmediatamente se dirigió al lugar donde estaba recluido, pero no llegó a tiempo, pues había fallecido. Ese trágico giro de la vida la afectó tanto que tuvo deseos de suicidarse. Se sentía culpable por lo ocurrido. Su madre le buscó la ayuda de un psicológo. Esa intervención fue muy valiosa para ella porque mejoró su salud mental y superó el cargo de conciencia.

Carla Nayleth, viviendo nuevamente en la casa de sus padres, siguió adelante y se enfocó en establecer una relación sentimental confiando en que podía ser feliz. Tuvo un novio, que no era aceptado por su familia, por lo que al decirle a su madre que iba a casarse con él, no contó con su aprobación. Por segunda vez  se sintió decepcionada de los suyos y decidió irse a vivir con su pareja.

Aún no se recuperaba de su tristeza cuando recibió la noticia de que estaba embarazada. Se animó al saber que en su vientre se estaba formando una nueva vida; mas lo que para ella era una alegría, no significaba lo mismo para su pareja.  Él se enojó ante la situación y argumentó que no estaba preparado para ser padre. La abandonó con tres meses de gestación.

No podía sufragar los gastos de vivir por su cuenta, menos con un embarazo a cuestas; por consiguiente, no le quedó más remedio que volver otra vez a casa de los suyos.

Un nuevo rol tenía que enfrentar: ser una madre soltera y continuar trabajando y estudiando; no obstante, no se iba a rendir ante la adversidad, no sería ni la primera ni la última mujer que iba a sacar adelante a un hijo. Ahora tenía que secar sus lágrimas, dejar el orgullo de lado y perseverar para terminar sus estudios universitarios y ser la abogada que soñó.

Así que recogió sus pertenencias y tocó la puerta de la casa de su madre con sus tres meses de embarazo. Mientras esperaba sentía temor de ser rechazada o que la recibieran con reproches o críticas. La embargaron sentimientos encontrados: tristeza, miedo, alegría… Cuando se abrió la puerta, su mamá la recibió con sonrisas, abrazos y lágrimas de emoción.

Por primera vez sintió que su familia estaba feliz de su regreso. Aunque siempre fue así, pero ella no lo había percibido antes de manera tan clara. Tuvo que pasar por el dolor de estar completamente sola para comprender que los verdaderos padres están ahí para ayudarnos cuando más lo necesitamos.

Carla Nayleth terminó la universidad en el 2017 y obtuvo el título de licenciatura en Derecho y Ciencias Políticas. Hoy es una joven exitosa en el campo profesional y trata de mantener tiempo de calidad con su hija de doce años a la que ama profundamente.

Ella, mi vecina, es un ejemplo de superación para mí y para todos los que la conocemos. Es una mujer decidida, inteligente, valiente, amorosa y una excelente madre.

Liliams Denis López es emprendedora, propietaria de un pequeño taller de tapicería, ubicado en el corregimiento de Tocumen, en la provincia de Panamá, y también es dueña de un modesto apartamento de alquiler construido al lado de su casa, con el fin de mejorar sus ingresos.

Su vida ha sido muy diversa. Trabajó como corredora de seguros en una de las mejores empresas del país. También como conductora de un remolque en el Canal de Panamá, donde se ganó el aprecio de sus compañeros por su profesionalismo.

Ha vivido tanto que incluso ya padeció el dolor que provoca la muerte, tema del que no le gusta hablar, quizás por miedo. No es para menos. En un accidente automovilístico perdió a dos de sus tres primeros hijos. Fue un duelo difícil, pero logró superarlo. 

Después de vivir la ruptura de un primer matrimonio y el fallecimiento de sus hijos, la ilusión volvió a su vida. Se casó con Jherson Sánchez, a quien conoció muy joven en un viaje que realizó a la provincia de Chiriquí, donde se lo presentó un amigo. Allí descubrieron que habían vivido en el mismo vecindario desde muy pequeños. 

Transcurridos algunos años se reencontraron y formaron un hogar. Jherson, mi padre, llegó para llenar un espacio en su vida y en su corazón. Ese amor se consolidó con el nacimiento de mi hermano y yo. 

Las personas de su entorno definen a Liliams como una mujer auténtica, muy transparente y sincera; aunque esas características no le agraden a otros. También apoya a otros que, como ella, han tenido que enfrentar la pérdida de seres queridos. 

Su niñez tampoco fue fácil, no solo por vivir en una zona de pocos recursos, sino porque le tocó cuidar a muy temprana edad a catorce sobrinos, casi contemporáneos a ella. De pequeña tuvo que asumir responsabilidades propias de la vida adulta. Todo eso la convirtió en la mujer que es hoy. 

Nueva vida a los muebles

Liliams es una mujer perseverante, descubrió que podía revestir muebles después de conocer a un inquilino que hacía trabajos de sastrería y tapicería. 

Ella observó como él realizaba esas labores sin saber que luego llegaría su momento. Pasado algún tiempo visitó su casa un cliente del antiguo inquilino solicitando el forrado de un juego de sala. Entonces ella, pensando en el dinero que se podía ganar, decidió aceptar el reto y tomó el encargo. Cuando el cliente recibió el juego de sala terminado manifestó su satisfacción y calificó su labor como excelente. Ese fue el inicio de un emprendimiento que ya tiene quince años de funcionar con éxito.

Su potencial como artista

Por otro lado, es amante del arte, que considera su pasión. Desde niña le ha gustado pintar y dibujar. Un día le comentó a una vecina ecuatoriana sobre su afición y talento para la pintura. Esta mujer, que también pintaba óleos, la motivó a crear sus propias obras con el fin de generar un poco más de ingresos.

Así como le fue bien con sus primeros sillones tapizados, también sus cuadros han sido comprados por nacionales y extranjeros. El primero fue vendido por 50 dólares a una canadiense. Después, en un viaje a Atlanta (Estados Unidos), para visitar a una de sus hermanas, una vecina de esta quedó fascinada con una pintura que Liliams llevó de regalo. Ella le pidió un mural en una pared de su casa. Quedó muy satisfecha, a tal punto que le hizo publicidad en la barriada. Al regresar a Panamá traía 3500 dólares, producto de la venta de su arte.

Sueños y metas

Liliams afirma que su principal sueño es ser una buena madre y realizarse profesionalmente al culminar sus estudios universitarios en Contabilidad.

Esta es Lilliams Sánchez López, un ser resiliente, mi madre. Ella ha logrado manejar las dificultades para no hundirse en el dolor y salir adelante con optimismo, empatía, creatividad y adaptación a los cambios.

En la actualidad se siente plena, ilusionada y agradecida con Dios y la vida por el amor de sus hijos, sus nietas, y su gran amor, mi padre.

«Los libros son como un portal que te lleva a un mundo de conocimiento, fantasía, miedo, suspenso o tristeza». Esta frase, que me enseñó la profesora Dalys Ramírez, me llevó a preguntarme: “¿Cómo ella llegó a ser una mujer que evidencia amor por la lectura, que motiva a sus alumnos para que lean por placer?”.

Su infancia no fue la más bonita. No tuvo la presencia de su padre biológico, por lo que su mamá debía trabajar sola para mantenerla. A partir de sus seis años, su progenitora inició una relación sentimental y así pudo vivir de manera permanente con ella. La pareja de su madre se convirtió en su padre, quien modeló en la pequeña el placer por la lectura.

Diarios como Panamá América y La Estrella de Panamá; revistas como Almanaque Escuela para todos, ¡Hola!, Corín Tellado, Capulina, Selecciones y Memín Pinguín, entre otros, eran algunos títulos que devoraba la pequeña.

Que hoy sea docente no es casualidad. En cuanto a sus juegos de infancia estaban la lata, mirón-mirón y hacer las veces de maestra. Este último le gustaba porque le permitía dar reglazos imaginarios como lo hacía Evelia de Sáenz, quien le enseñó a leer en la escuela La Concepción, ubicada en el corregimiento de Juan Díaz. 

Recuerda que en secundaria sus profesoras de Español le asignaban la lectura de novelas clásicas, pero no siempre podía pagar su propio ejemplar. Además, tenía que resolver un cuestionario con cincuenta o cien preguntas. Por esa dinámica se le ocurrió hacer un trueque con los compañeros. “Si no quieres leer, me prestas la novela y yo te resuelvo el cuestionario», proponía Dalys. Siempre hubo quien aceptara el trato.

El mensual era el ejercicio del cuestionario y por supuesto obtenía una excelente calificación. Al terminar la secundaria en el Instituto José Dolores Moscote, cursó sus estudios superiores en la Universidad de Panamá, ya que su sueño era ser docente.

Los tres primeros años de servicio los realizó en la Escuela Bilingüe Nueva Esperanza, como maestra de grado; pero en 1997 se le presentó la oportunidad para ir a trabajar en la escuela José de la Cruz Herrera, en Garachiné, Darién. El siguiente año fue nombrada en periodo probatorio para obtener la permanencia laboral en el corregimiento de Sambú, en la misma provincia. La designación incluía tres asignaturas: Español, Educación para el Hogar y Religión.

La mayoría de los habitantes del lugar eran de las comunidades originarias Emberá y Wounaan, por lo que decidió que, además de motivar a los estudiantes a leer, debía enseñar un oficio que les permitiera tener una entrada económica, ya que pocos eran los que podían continuar la universidad por falta de recursos financieros.

En el segundo trimestre inició las clases de tejido en croché. Aprendieron rápidamente a confeccionar tapetes. Entonces les enseñó a pintar pañales de tela, a hacer y pintar sabanillas y camisas para bebés, pintar manteles y elaborar blusas con tela poplín, donde recreaban los kipará (diseños que se pintan con jagua en el cuerpo).

En 1992 fue trasladada al Primer Ciclo San Miguelito, en Torrijos Carter, y desde 1996 labora en el Centro Educativo Básico General de Tocumen.

La profesora Dalys nos motiva a leer, ella lleva a la escuela una canasta de libros para que escojamos los que deseamos. Además, nos ha enseñado los diferentes tipos de lecturas. Por eso cuando mencionó sobre el proyecto editorial #500Historias sentí de inmediato interés en formar parte.

Ella se involucró totalmente en esta aventura editorial, incluida la orientación acerca de qué temas seleccionar. También organizó una gira que nos serviría como punto de partida para los escritos. Agotó todas las instancias hasta conseguir las autorizaciones.

Dalys ama la educación y considera que esta profesión es para los que tienen vocación de servicio, para aquellos que desean dar lo mejor de sí cada día. Además, deben estar en constante actualización profesional, porque el verdadero maestro necesita tener un conocimiento universal. Su deseo es dejar huellas positivas en sus estudiantes.

No olvidaré su consejo de llevar siempre con nosotros un libro en la mano para leer en el transporte o mientras esperamos ser atendidos en cualquier lugar, porque “un libro es un amigo fiel”.

«Acepté el reto y me monté en el barco del aprendizaje» (Maribel Fong).

Maribel es el vivo ejemplo de que, cuando se quiere, se puede. Ella es de la generación denominada los baby boomers porque nació en el año 1962. 

Tomó la actitud de una mujer valiente cuando la tecnología llegó a su vida de forma inesperada. Pasó por una ardua fase de adaptación al mundo digital. Hoy es toda una líder en su área de trabajo.

Su origen

Maribel es de la ciudad de Panamá. Sus padres son Domingo Fong y Gladys Meneses, quienes le inculcaron que los valores y el estudio deben ser primordiales en la vida para lograr el éxito. Ella lo comprobó a cabalidad. 

Creció junto a sus hermanos Rafael, Maruja, Gladys, Lourdes y Raúl. Desde la niñez apoyó a su mamá siendo obediente y ayudando con los quehaceres del hogar. Cuidaba de sus hermanos, cocinaba y los orientaba con los trabajos escolares, mientras que su papá trabajaba como subgerente en una de las sucursales del almacén Gran Morrison.

Cursó su primaria en la Escuela María Ossa de Amador. Dentro de su timidez siempre se involucraba en las actividades de su plantel. Hacía murales y participaba en las ferias. Luego, realizó el primer ciclo en el Colegio José Antonio Remón Cantera y el segundo en el Richard Neumann, donde se graduó de bachiller en Comercio con Especialización en Contabilidad.

En primer ciclo no fue muy aventajada en los estudios porque todas las tareas las dejaba para la última hora, pero al pasar a segundo ciclo maduró.

Entre la familia y los sueños

Años después de graduarse de la escuela decidió casarse. Después se dio cuenta de que no fue la mejor decisión debido a que su pareja no la apoyaba para realizar su sueño de ir a la universidad. Tuvo cuatro hijos varones a los que les inculcó la importancia de la superación profesional a través del estudio.

Pasaron algunos años y se divorció. Fue una etapa difícil para ella y sus hijos, no obstante, renació el reto de llegar a ser una gran profesional. Como no tenía los medios económicos suficientes, pidió ayuda a su hermano mayor, quien estaba en una posición financiera mejor que ella. Así logró entrar a la universidad.

En la Universidad Santa María La Antigua obtuvo el título de Técnico en Banca. Continuó sus estudios obteniendo una licenciatura en Banca y Finanzas y una maestría en Recursos Humanos. No fue fácil, ya que cuando estaba en la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología tuvo un accidente vehicular. Esto la dejó incapacitada por un tiempo, pero gracias a Dios pudo salir adelante de ese tropiezo. 

Ingresó en el Banco General, empresa que le abrió las puertas en el ámbito laboral, como recepcionista. Después de un año de aprendizaje, pasó al área de Plataforma como ejecutiva de Atención al Cliente, llevando a cabo aperturas de cuentas. Después pasó al departamento de Plazo Fijo, donde se desempeñó como supervisora. Avanzó y logró ser oficial de Operaciones, después pasó al campo operativo del banco hasta ocupar, por su experiencia, el cargo de gerente de sucursal.

Maribel, mi madrina, es un modelo de superación y, como ella manifiesta: «Rendirse no es una opción. Si nos superamos, cuando menos lo imaginamos, podemos lograr nuestros sueños; por consiguiente, siempre tenemos que esforzarnos y ser positivos para alcanzar una meta».

Ella recuerda que sus primeros años de trabajo los inició con un equipo tradicional, sin embargo, con la entrada del siglo XXI tuvo que adaptarse y aceptar los retos que imponían las nuevas tecnologías. Además, debió aprender a tener un equilibrio entre su ámbito laboral y el familiar.

En la actualidad sus funciones son liderar y formar a todo el equipo de trabajo, administrando y supervisando las acciones que ocurren en la sucursal. Todavía, con cuarenta años de servicio, se mantiene en constante aprendizaje. Ella sigue enfrentando los nuevos retos que se le presentan.

 

Eran las 5:00 a. m. cuando sonó la alarma. Debía arreglarme rápidamente para salir de Tocumen, Sector Sur y tomar un bus de la ruta Corredor Sur junto a mi mamá, mis primos y mis tías para ir donde mi abuela. En total diez personas partimos desde mi casa hacia la Gran Terminal Nacional de Transporte de Albrook, para luego dirigirnos a la ciudad de Penonomé, capital de la provincia de Coclé.

La noche anterior al viaje no pude dormir bien por el entusiasmo. Aunque prácticamente todos los veranos voy allá, cada visita es como la primera porque siempre hay algo nuevo de qué sorprenderse.

Llegamos a la terminal a las 6:00 a. m., la salida del transporte sería quince minutos después que para mí resultaron demasiado largos; mientras tanto, decidimos ir a comprar algo para comer. Caminamos por los pasillos y solo encontramos un restaurante abierto, pedimos el desayuno para llevar. De repente, llegó mi prima, agitada por correr media terminal, para decirnos que ya estaban abordando el bus.

Nos desplazamos lo más rápido que pudimos, con la voz de mi madre de fondo que decía: “Ves, por no querer desayunar en la casa, nos va a dejar el bus”. Y sí, en realidad tuve la culpa, pero no podía aguantar más hambre sabiendo que nos esperaban dos horas más de viaje.

Al llegar a la terminal de Penonomé abordamos otro vehículo, tipo pick up, transformado en transporte de pasajeros con capacidad para doce personas al que la comunidad llama “chiva”. Aún nos esperaban dos horas más de viaje.

Nuestro destino era Altos del Coco, ubicado en Toabré, uno de los diez corregimientos que forman parte del distrito de Penonomé. Es un lugar mágico, lleno de naturaleza, árboles, ríos, cascadas, campesinos y más.

Me llama la atención que, a pesar de contar con 70 lugares poblados y una población
10 203 habitantes, según el Censo de 2010, existe gran pobreza. No obstante, resalto que su gente es buena, amable y trabajadora; unos se dedican a la agricultura de subsistencia y otros laboran cosechando en fincas de naranjas, café y diversos productos. Mi abuela vive con uno de mis tíos, ellos viven de la siembra de arroz, yuca y naranjas. 

Es muy divertido ir a la casa de mi abuela con mis primos. Me gusta bañarme en la quebrada del Coco. También me agrada percibir el olor a hierba y a cítricos de las frutas, al igual que escuchar el canto de los pájaros, el cacarear de las gallinas, el relinchar de la yegua o el mugir de las vacas… En fin, amo todo lo que define al campo, debido a que es un lugar tranquilo para vivir y disfrutar de la naturaleza.

Por cierto, si te gusta el ecoturismo, tu próximo viaje puede ser a Altos del Coco en Toabré de Penonomé, un lugar de ensueño que nunca olvidarás.

Era 2 de noviembre de 2021, después de pasar por el confinamiento a causa de la pandemia del covid-19 fue muy buena idea hacer un viaje familiar. 

¡Qué sorpresa, Boquete! Supe unos días antes que íbamos a la provincia de Veraguas, pero no a la de Chiriquí donde se encuentra el templado paraíso.

De la ciudad de Panamá a Veraguas (184,6 km) el viaje en auto toma aproximadamente tres horas y diez minutos. Ese fue nuestro primer destino, allí estuvimos por dos días, el 31 de octubre y el 1 de noviembre. Nos alojamos en casa de un familiar en un pueblo llamado El Anón, ubicado a quince minutos de la capital, la ciudad de Santiago, pero como ya conocía el lugar no veía nada nuevo o algo que me llamara la atención.

En un día lluvioso partimos hacia el hermoso y pequeño distrito de Boquete. El recorrido en automóvil tomaba alrededor de tres horas y veinticuatro minutos en un día seco, pero estaba lloviendo, por lo tanto, el conductor manejaba despacio para evitar un accidente; esto hizo que el trayecto durara treinta minutos más.

Para trasladarse en transporte público desde Panamá a Chiriquí es necesario llegar a la Terminal de Transporte de Albrook y tomar un autobús “expreso” que hará una parada en Santiago. El viaje toma aproximadamente seis horas hasta David, y de allí se aborda otro vehículo hasta Boquete. Los viajeros frecuentes y quienes organizan excursiones prefieren viajar en la noche para llegar cuando está amaneciendo, me parece que tiene sus ventajas, ya que se puede dormir en el trayecto y así se ahorra tiempo para disfrutar más de la excursión.

Boquete es un pintoresco distrito atravesado por el río Caldera. Cuenta con un clima agradable, en el mes de noviembre la temperatura oscila entre 21 °C y 22 °C, rara vez sube a más de 23 °C o baja a menos de 20 °C. Está considerado como uno de los lugares más populares para vacacionar, aunque en la provincia chiricana también hay otros sitios con diversidad de ecosistemas.

Los boqueteños son personas muy amables, parte de sus costumbres y tradiciones se pueden apreciar en la Feria de las Flores y el Café; otro de sus eventos más importantes es la Feria de las Orquídeas en la que, como es de esperarse, se pueden encontrar flores muy hermosas. “Una flor florece para su propia alegría y las flores le brindan alegría a Boquete”, es una frase que pude leer en la celebración y que me encantó.

Ciertamente, Boquete es un lugar próspero, con tierras aptas para cultivar gran variedad de productos. También es un excelente poblado para vivir, no en vano es el cuarto lugar en el mundo para el retiro de profesionales jubilados.

Es tierra de grandes pintores, actores y músicos como Joey Montana, quienes han revelado el maravilloso talento que tiene el distrito. Pero, sobre todo, Boquete es mundialmente reconocido por ser cuna del famoso y cotizado café geisha, galardonado como el mejor del mundo en diversas oportunidades.

No existe duda de que Boquete es una gran opción para hacer turismo, e incluso vivir en el país. Su clima, su café, sus flores y su gente hacen de este sitio un pequeño edén.

Era 18 de mayo, Día Internacional de los Museos, después de dos años de encierro por el covid-19 al fin tenía la oportunidad de salir a recrearme, ¡y de qué manera!

Con el propósito de recopilar información para escribir una crónica cultural para el proyecto #500Historias, la profesora Dalys Ramírez invitó a los estudiantes que formamos parte del Círculo de Lectura y Escritura de mi escuela a visitar el Museo Afroantillano y el Museo del Canal Interoceánico. Esto me pareció interesante porque por primera vez iba a conocer uno.

A las 8:00 a. m. llegó el transporte de la Junta Comunal de Tocumen, me sentí feliz al verlo porque lo esperaba desde hacía una hora. Al fin se me iba a cumplir un deseo: conocer más sobre nuestra historia en una galería y descubrir otro sitio diferente a mi casa o la escuela.

Subí al bus con mis compañeros y partimos rumbo al Museo Afroantillano, ubicado en el corregimiento de Calidonia. Cuando entramos al lugar nos esperaba una guía que nos dio información sobre la construcción del edificio de madera que, a pesar de haber sido inaugurado en 1910, se mantiene bien conservado.  Consta de una sola habitación elevada del suelo sobre pilotes, con un techo de dos aguas. Fue construido por creyentes voluntarios de la Misión Cristiana, procedentes de Barbados y, según datos históricos, la Compañía del Ferrocarril los apoyó para que lograran el solar en el barrio El Marañón.

Durante el recorrido, me llamó la atención una cama con una sobrecama muy diferente a las que había visto, estaba confeccionada con círculos de tela de varios colores hechos a mano y unidos hasta cubrir la cama; también aprecié una lámpara de gasolina, un reloj de madera, así como un vagón de carga que usaron los trabajadores del ferrocarril, una máquina de coser, una peinilla de metal para planchar el pelo de las damas, entre otros.

Todavía recuerdo que días antes de la visita al museo deseaba que llegara el 18 de mayo, pero no para divertirme, sino porque quería entender más sobre nuestros abuelos y cómo eran sus días. Salí del lugar con un sentimiento nuevo, había visto objetos antiguos que no tenía ni idea de que existían, solo reconocí una máquina de escribir con el teclado parecido a una que vi en casa de mi tía en alguna ocasión.

Nuevamente subimos al transporte, pero ahora el destino era el Museo del Canal Interoceánico. En cinco minutos llegamos, puesto que está en el Casco Antiguo, en el corregimiento de San Felipe. Me embargó la curiosidad por saber qué vería en las once salas que lo conforman, las cuales cuentan la historia desde el surgimiento del istmo de Panamá hasta la búsqueda de nuestra identidad. 

Me cautivó el faro que usaron los franceses en 1893, ubicado en la entrada, al igual que las herramientas utilizadas en la construcción del Canal para remover la tierra.

Los museos son como máquinas del tiempo. Cuando entras no quieres salir porque tienes ansias de saber más y más. Son geniales y ojalá nunca cierren estos lugares para que niños y adolescentes como yo conozcan objetos que forman parte de nuestra historia e identidad.

Junio 14 del año 2021. Confieso que no soy una persona positiva ni con motivaciones, me cuesta tener una razón para levantarme en las mañanas y algunas veces no encuentro sentido a seguir viviendo en un mundo desastroso. Pero ese mes fue algo diferente a los anteriores, que siempre resultaban aburridos y repetitivos, el mismo cuento, la misma rutina, la misma canción y un confinamiento de dos años por la pandemia.

Ese día sucedió algo inesperado, fue una hermosa sorpresa el anuncio hecho por mi padre: “Nos vamos para Santiago”.

Toma casi cuatro horas llegar desde el corregimiento de Tocumen hasta Santiago, en la provincia de Veraguas. Son 277,5 kilómetros de distancia.

Partimos a las 3:00 p. m. Fue un viaje en automóvil muy largo, pero divertido. Al principio todo estaba callado, cada quien metido en su mundo. Mi padre manejaba despacio, ya que es cauteloso a la hora de manejar; mi madre dormía y mis hermanas miraban videos por el celular. Mientras tanto, yo contemplaba el lindo paisaje del camino: observé una linda casa en medio de un lugar boscoso y empecé a imaginarme una vida ahí. Siempre he querido residir en lugares así, y es gracioso porque sé que no voy a pasar mucho tiempo en el campo debido a que no es mi lugar preferido; pero es lindo soñar, por lo menos eso dice mi mamá.

Llegamos alrededor de las 8:30 p. m. a la ciudad de Santiago, como mencioné, mi padre conducía muy lento.

Paramos en un restaurante de comida rápida, en cuanto salimos del auto mi hermana de ocho años se quejó de que se le había dormido el trasero de tanto estar sentada. Todos empezamos a reír, fue el primero de muchos momentos divertidos durante el viaje, en el que disfrutamos pasar tiempo en familia.

Cuando terminamos de comer seguimos nuestro destino hacia Río de Jesús. Era de noche y quise hacer una broma a mis hermanas: para llegar a ese pueblito debíamos pasar por lugares con muchos árboles y eso me permitía asustarlas diciéndoles que venía la Llorona por ellas. Fue tanto el miedo que provoqué en el ambiente que hasta yo misma me espanté cuando de la nada mi papá frenó en seco; lo primero que pensé era que se trataba de aquel ser mitológico porque mi madre gritó, pero era solo una zorra cruzando la calle.

El susto terminó en muchas carcajadas, al punto que me dolía el estómago de tanto reír. Cuando llegamos a Río de Jesús ya era medianoche, en la casa nos llevamos una gran impresión: había caballos por todos lados y casi atropellamos a uno. De repente vimos a mi abuelo, de cincuenta y ocho años, gritando en pijama. Fue muy gracioso, al parecer los caballos querían ser los primeros en darnos la bienvenida.

Después de ayudar a mi abuelo a meter los caballos en el corral nos fuimos a dormir, ya era muy tarde, casi la una y media.

Al despertar, el sol ya había salido, aunque no pude dormir bien por la emoción. Todavía no terminaban las sorpresas: esa misma mañana llegaron mis primas y mis tíos, y desde ese momento pasamos unas divertidas vacaciones en familia.

El lunes, 21 de enero de 2019, a la 1:00 a. m., mi familia y yo llegamos a la Gran Terminal Nacional de Transporte de Albrook para tomar un autobús de la ruta Panamá-Santiago. Poco después de cuatro horas arribamos a la capital veragüense y abordamos otro transporte, Santiago-Viguí, que nos llevaría a la entrada de San Bartolo en aproximadamente 45 minutos. Desde la parada nos esperaban entre 15 y 20 minutos más de camino para llegar al caserío. 

San Bartolo es un corregimiento del distrito de La Mesa, en la provincia de Veraguas, con una población de 2440 habitantes, según el Censo del 2010. Un pueblo de personas humildes que cuenta con escuela, iglesia, centro de salud, cooperativa y corregiduría; también un pequeño parque para el entretenimiento de los niños. Su fauna y flora son hermosas, y tiene un río de régimen mixto, el famoso charco Lagarto, que conecta con el río San Pablo. 

Las casas en San Bartolo están construidas con bloques y solo cuenta con dos viviendas de barro o quincha, las cuales ya muy poco se ven. Los lugareños se dedican a la agricultura, algunos de los alimentos que siembran son: frijoles, arroz, maíz, plátano, banano, ajíes, yuca y ñame que cultivan especialmente para el sustento de la familia.

Mientras avanzaba sentía alegría por llegar a la casa de mi abuela, por eso, cuando la tuve cerca nos dimos un cálido y emotivo abrazo. Luego saludé a mi abuelo, mis tíos y mis primos. 

Al observar las montañas llenas de neblina me pareció que venían hacia mí con el dulce y fresco amanecer. Apreciar el pasto verde y las flores con los colores más hermosos que he visto me dio una sensación de libertad.

Después del almuerzo, como de costumbre, mi familia y yo estábamos listos para ir al río cerca de la casa de mi abuela, a solo cinco minutos. Allí nadamos, reímos y jugamos hasta el cansancio. Conversamos y merendamos algunas botanas que llevó mi tía y que mis primos pequeños también aprovecharon para dar de comer a los peces.

A las 4:00 p. m. regresamos a casa, cenamos y casi todos mis primos decidieron ir al parque, ya que aún teníamos mucha energía para continuar la diversión. 

La vida en el campo para algunos es simple o quizás aburrida; sin embargo, para mí es muy divertida porque hay libertad para caminar sin riesgo a que te asalten o que alguien del barrio a quien no le caes bien te busque pleitos. En definitiva, te puedes divertir en un ambiente sano. 

San Bartolo es ideal para el viajero que desea hacer turismo rural, pues ofrece espacios de relajación, bienestar y una buena calidad de vida, sobre todo para el profesional jubilado que desea vivir en un ambiente tranquilo cerca de vecinos amables y a pocos minutos del centro comercial Santiago Mall.

En un viaje en autobús hacia un lugar de verdes pastos, viento enternecedor, ríos, quebradas y contacto directo con la naturaleza cincuenta y dos jóvenes van a encontrarse con ellos mismos.

El viernes 26 de febrero de 2021, a las 5:00 a. m., salimos de la Parroquia Nuestra Señora de Belén, en el corregimiento de Tocumen, hacia el distrito de Tortí. El tiempo aproximado en bus fue de dos horas y media hasta Tortí cabecera, de ahí continuamos hacia una finca ubicada en la comunidad de Platanilla.

El ambiente en el vehículo era alegre, las personas cantaban y algunas hasta bailaban. Al principio fue un viaje sin complicaciones, ya que la carretera principal está bien construida y es apta para el paso vehicular; luego tomamos un camino rural de piedras y tierra. En esta vía el autobús tuvo algunos problemas: el vehículo se ralentizó, y así empezó el estrés. La actitud de los jóvenes en el autobús no era la misma, ahora se quejaban por las molestias causadas, pero todo mejoró al notar que se aproximaban al destino.

El autobús pudo pasar tranquilamente las primeras colinas, pero al llegar a una quebrada crecida se vivió un nuevo susto: las personas a bordo comentaban que sería imposible seguir. Algunos bajaron a revisar la profundidad, y al no ser tan honda el autobús logró pasar, incluso pudo subir la última elevación. Finalmente, llegamos a las 10:00 a. m. al campamento en Platanilla. El viaje duró más tiempo del esperado, pero lo que estábamos a punto de vivir compensaría cualquier incidente desagradable.

Desempacamos y fuimos hacia los lugares destinados para armar las tiendas de campaña. Después nos llamaron a la casa principal para separarnos por grupos a los que llamaron tribus, estos serían grupos de competencia.

En ese momento nos enteramos de que fue un milagro que el campamento se realizara, debido a que personas cercanas y muy apegadas a la pastoral juvenil se negaron a la iniciativa. Un día antes aún era incierto que se pudiera realizar el paseo.

Posteriormente, nos dirigimos hacia un gran árbol, donde nos explicaron la dinámica de las actividades y los lineamientos a seguir en el convivio. Después nos enviaron a nuestras tiendas para realizar una de las dinámicas antes de la organización de los equipos.

La primera actividad fue un poco polémica porque las reglas no estaban claras, hubo muchos errores en su desarrollo.  Luego mi equipo subió a la colina más alta, al estar ahí experimenté una calma y tranquilidad que nunca había sentido, por unos segundos el sonido del viento, de las hojas y de las aves me envolvió; en ese momento me sentí en paz y en armonía conmigo mismo.

La estadía en el campamento fue divertida, armoniosa y emocionante, hubo compañerismo entre los miembros de mi grupo y eso nos ayudó a salir victoriosos en la competencia. La alegría inundó el lugar entre aplausos y risas, así finalizó el viaje y nuestra estancia en esa mágica tierra de Tortí.