Una experiencia agridulce
Hace cuatro años junto a mi familia hicimos un viaje inolvidable a mi país natal, Nicaragua, para visitar a mis abuelos, tíos y primos paternos, que teníamos mucho tiempo sin ver.
Al principio disfrutamos bastante, fuimos a parques, ríos, playas. También llegamos donde mis bisabuelos paternos: ella tenía 98 años y él 99… ¡Yo estaba feliz de poder conocerlos! A ambos los cuidaba mi tío.
Pero en los días que estuvimos por allá, mi bisabuelo murió. Todos estaban muy tristes, y más mi bisabuela, ni siquiera quería comer. Fue tal el impacto de esta noticia para ella, que no volvió a sonreír. Tristemente, seis días después, ella falleció también.
Mi bisabuela tenía dos perros y varias plantas que alguien de la familia siguió cuidando, pero al parecer fue en vano, pues poco tiempo después los animales murieron y las matas se secaron.
Cuando estábamos en el aeropuerto para tomar el vuelo a Panamá, las autoridades del aeropuerto no me dejaron abordar el avión, porque al ser nicaragüense y carecer de residencia en Panamá, necesitaba un tiquete de ida y vuelta; y no lo tenía. Por suerte, mis padres y hermanos son panameños.
Mi papá había perdido el trabajo y no contaba con dinero en ese momento para comprar el boleto que me hacía falta. Así que mi familia tomó el vuelo hacia Panamá, y yo me quedó allí solo. Antes de irse habían llamado a mi tío para que viniera a socorrerme, pero él vivía lejos del aeropuerto. La espera fue de casi doce horas, me alegré mucho al volver a ver a mi tío y a mis primos, pero aún sentía un poco de tristeza por todo lo ocurrido, y por la separación que se tuvo que dar.
Estuve un año más sin poder ir a Panamá porque mis padres seguían desempleados, y me contaban que apenas conseguían para la comida. Pero si en Panamá llovía, en Nicaragua no escampaba… la situación económica en casa de mi tío también era bastante precaria.
No sé cómo, pero finalmente mis padres recolectaron dinero suficiente para que mi madre pudiera ir a buscarme. Recuerdo que ese día que llegamos a casa, en Panamá, nos encontramos con que no había nada para comer. Pero la verdad es que para mí eso era algo secundario: yo estaba feliz de volverme a reunir con mi familia.
Ante la difícil situación, mis padres tuvieron la acertada idea de ir a la iglesia. Mientras orábamos en el culto por ayuda, veía a mi madre llorar y eso me causaba mucho dolor. Pero al poco tiempo llegó la bendición de Dios. Mis padres consiguieron empleo, y les pagaban muy bien. Mis abuelos maternos, que estaban más jóvenes y vivían en Costa Rica, vinieron a cuidarnos mientras papá y mamá laboraban.
Gracias a todas las oraciones que hicimos en familia, las condiciones de mis tíos en Nicaragua también mejoraron. Desde entonces no hemos vuelto a pasar una etapa de tanta carestía como aquella. Ahora tenemos todo lo necesario para llevar una vida digna. ¡Y todo eso lo hizo mi Dios!