¡Qué irónica es la vida!, ¿no? Pues cada decisión que tomemos nos marcará para bien o para mal.
El inicio es evidente, mas no lo que quiere el destino; y así fue, ella estaba ahí, siendo amada por sus seres queridos, sin saber que estaba a punto de comenzar el largo camino de la vida.
En casa pasa su tiempo tejiendo o cocinando, recuerda los bellos momentos del pasado: cada instante, cada pizca de felicidad, mientras toma su primer café del día aun vestida con su bata. Pero ¿qué tanto recuerda? ¿Cómo ha llegado al punto en el que está?
Vamos desde el principio. El 7 de mayo de 1939 nació Domitila Saldaña, en un área rural de Dolega, en la provincia de Chiriquí. Allí pasó su niñez trepándose a los árboles de mangos y naranjas, mientras saboreaba sus frutos en compañía de sus hermanos, a quienes amó y tuvo muy de cerca.
Aunque era de escasos recursos económicos, siempre estuvo interesada por la educación, sus metas formativas eran su prioridad. Esto la impulsó hasta elegir una profesión: quería dedicarse a enseñar hasta el día de su jubilación. Con los años, juntando esfuerzo y disciplina, cumplió su sueño de ser educadora. Laboró en muchos planteles y lugares, siempre con esa chispa de alegría, desempeñándose de forma brillante.
Después de un tiempo fue seleccionada para ocupar un nuevo puesto de trabajo en Puerto Armuelles, donde formó su nuevo hogar. No sospechaba que en aquella zona costera encontraría a su único amor.
Además de su profesión como educadora, Domitila se dedicó a las labores sociales. Su incondicional servicio la llevó por el camino del éxito profesional, no solo por su pasión desmedida, sino también por disfrutar cuando ayudaba a las personas con hambre de aprender. Y mientras gozaba de ese baño de luz que la acercaba jovial y solícita a la gente, supo que su vocación espiritual le haría un nuevo llamado.
Su devoción hizo gala de la belleza del alma de Domitila, pues si algo resalta de esta valiosa mujer es su compromiso con la religión; su amor y su entrega eran las credenciales con las que se ganó el respeto de todos.
A decir de sus compañeros: “Ella brinda un servicio sincero a la comunidad, lo mismo liderando a las mujeres de la Iglesia y recaudando fondos para ayudar a las familias más necesitadas”. Y aunque el tiempo es implacable y se adueña de la lozanía juvenil de todos, poniendo el cuerpo a merced de los achaques de la vejez, Domitila ha tenido que continuar su faena colaborativa de otra manera, pero sigue sin descanso.
Sus amistades, aquellas memorias, los recuerdos de toda su existencia hoy siguen presentes… Observa un hermoso Jesús crucificado que adorna la cabecera de su cama y dice nostálgica: “Cada uno carga su cruz, aceptando el propósito que la vida nos tiene reservado. Hoy puedo cerrar mis ojos tranquila y conforme, pues todo lo que hice, lo volvería a hacer de corazón”.
La vieja Domitila Saldaña tiene consciencia de que está a punto de terminar su tiempo prestado aquí en la Tierra, pero mientras bebe su café, una vecina le pregunta si puede ayudar a entender una tarea de la clase de Español de su muchacho…