Teresita Fortín, la artista que superó su condición social
Una mujer que dejó un legado imborrable en el arte hondureño. Mayormente autodidacta, su obra era una bella representación de la naturaleza tropical. Antes de ejercer con el pincel se dedicaba al profesorado; descubrió su vocación por la pintura a partir de una grave enfermedad que la dejó en cama y llegó a convertirse en una maestra que expuso en países como Guatemala, España y Estados Unidos. Ella es Teresa Victoria Fortín Franco, mejor conocida como Teresita Fortín.
Nació en el pequeño pueblo de Yuscarán, en el oriente de Honduras, en una familia burguesa; era hija de Miguel Fortín y Rita Franco. Teresa quedó huérfana de madre siendo muy joven, y le tocó cuidar a sus hermanas y hermanos. Estudió en Tegucigalpa y se graduó de la carrera magisterial para ser docente. Poco después su padre fue exiliado a El Salvador por razones políticas y ella quedó como el pilar de su hogar.
En la década de los 20, a sus 35 años, Teresa fungía como maestra en Valle de Ángeles. Durante este tiempo sufrió un quebranto de salud que la obligó a guardar reposo por largos periodos, fue entonces cuando despertó sus destrezas artísticas. Empezó a dibujar al natural, luego hizo pinturas al óleo inspiradas en la naturaleza; finalmente, se dedicó al arte profesionalmente.
A principios de 1933 realizó una muestra de sus pinturas en la Biblioteca Nacional bajo el patrocinio del Ministerio de Educación. El evento resultó todo un éxito y las autoridades la apoyaron para recibir clases con el maestro Max Suceda. Teresa también fue alumna de Pablo Zelaya Sierra, conocido como el padre de la plástica hondureña.
Su carrera siguió en ascenso hasta convertirse en la primera artista en brillar en Honduras. Para el año 1934 Teresa Fortín fue nombrada como maestra de la Academia Nacional de Dibujo Claroscuro al Natural, fundada por el maestro Carlos Zúñiga Figueroa. Hacia finales de la década, realizó cinco exposiciones personales y envió muestras a ocho lugares. También participó, en 1942, en la restauración de Los evangelistas, obra pintada por José Miguel Gómez en las pechinas de la cúpula de la Catedral de Tegucigalpa; allí despertó su interés por el arte religioso, al que le dedicó buena parte de su vida. También cultivó el realismo, el impresionismo, el collage y el arte naíf.
En pleno siglo XX, época marcada por convencionalismos sociales, donde la mujer era marginada a labores tradicionales nos encontramos con este personaje que, a pesar de las dificultades, supo sobresalir y adaptarse a las circunstancias que se le presentaron. Su trabajo le valió numerosos premios y reconocimientos, como Lauro de Oro del Distrito Central, en 1978. Dos años después recibió la Hoja Liquidámbar en Plata y el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra.
Al hablar de su vida es evidente que Teresa es una mujer que inspira, sobre todo por su talentosa conexión con la pintura y la naturaleza y por perseverar frente a la adversidad. Así como Teresa me motiva, espero que pueda hacerlo con otras personas a través de este escrito, mi pequeño homenaje hacia ella.