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En la escuela siempre he sido aplicada y estudiosa, razón por la que muchas veces competía en certámenes sobre conocimientos de cultura general. En una de esas veces me encontré con Gloria. Desde el comienzo me pareció una dama muy agradable. Me gustó platicar con ella.

Me dijo que era parte de una institución que ayudaba a personas de escasos recursos económicos, sin hogar y que les daba becas a los niños y adolescentes para que continuaran sus estudios. Esa institución es una ONG llamada Alternativas y Oportunidades.

En un momento de la conversación me dijo que yo podía ayudarle dando charlas a estos niños. Gloria vio en mí potencial y me entusiasmó a que impartiera mis conocimientos a chicos necesitados.

Acepté de una. Quería saber qué se siente estar en los zapatos de ellos, comprenderlos y, sobre todo, hacer conciencia de que no todos la pasamos bien. Desde el día de mi coloquio no volví a ser la misma, ya que Gloria me hizo darme cuenta de la necesidad que tengo de servir a los demás. Deseo ayudar a esos niños sin hogar, sin alimentos, que lo único que a veces quieren es que alguien los escuche, les preste un poco de atención y les brinde amor.

Esa experiencia fue tan maravillosa que luego fui muchas veces a visitar a los pequeños. A través de Gloria visualicé mi camino: ayudar a tantas personas que lo necesitan. Ella misma es una mujer maravillosa que lucha por mantener viva la empatía y compartir amor sin esperar nada a cambio.

En una de esas reuniones nos pidieron que si queríamos llevar a una persona que tuviera algún tipo de problema. En ese momento no pensé en nadie en particular, pero, a medida que pasó el tiempo, recordé a mi vecina, una madre con siete hijos: Anahí, Jordán, Sofía, Jonathan, Johan, más dos gemelitas. Su esposo  era muy malo, la maltrataba a ella y a sus pequeños. Encima el señor tenía problemas con el alcohol. Apenas tenían para comer una vez al día y los chicos no estudiaban, pues no contaban con los recursos suficientes para hacerlo. Era una difícil vida familiar.

Un día me decidí. Le comenté a la vecina sobre la colaboración que podía recibir de Alternativas y Oportunidades. Le compartí que allí había personal dispuesto a apoyarla a ella y a su familia para salir de la espiral de violencia donde estaban. Por entonces ella ni siquiera sabía qué era la violencia doméstica, pensaba que lo que vivía era normal.

Así fue que acudió a la ONG y por fin logró darse cuenta de que sufría abuso. Le ayudaron a emprender un negocio, recibió los insumos para que sus hijos pudieran seguir estudiando y le brindaron los recursos básicos para seguir adelante. Ahora ella y los suyos tienen una vida agradable, con oportunidades. 

Esta es la historia de una chica que no se rindió y que siempre siguió adelante. A pesar de los obstáculos, era feliz con su trabajo, con su familia y amigos. Dentro de lo que cabía tenía una vida normal como la de cualquiera.

Un día de 1990, Magdalena conoció al que iba a ser el papá de su hijo, ese niño que vino a cambiar de forma positiva su futuro. Todo iba muy bien hasta que el esposo decidió irse del país y la dejó sola con su pequeño. Ella siempre tuvo mucha fe en sí misma y no se detuvo ante este revés. Se sintió una mujer dichosa, pues aceptó ser madre sin la presencia de un hombre.

Siempre había luchado por lo que quería y una vez recibió el pago por su trabajo se quiso comprar un carro. Una de sus amigas le recomendó a alguien que vendía autos a buen precio. Ella llamó al comerciante y él amablemente respondió, empezaron a hablar, todo iba muy bien. Magdalena adquirió su vehículo y quedaron en comunicación.

Poco tiempo después se encontraron de nuevo, ya que sus trabajos estaban bastante cerca. Eso les permitió convivir más, pasaron tiempo juntos, tenían una buena conexión, se entretenían y se mostraban mucha confianza.

Uno de esos tantos días Magdalena le conversó a Alexander sobre su niño y del problema con su padre ausente. Él tomó la noticia de la mejor manera, quiso conocer y tratar al pequeño, quien por entonces tenía solo dos años. Alexander decidió hacerse cargo de la criatura cuando pasó a ser el novio de Magdalena. Luego llegó el día en que decidieron vivir juntos.

Un tiempo después se casaron y el niño oficialmente tenía un padrastro. Todo iba muy bien, como lo esperaban. Después Magdalena salió embarazada de una niña, los padres reaccionaron con mucha alegría y ansias de poder tenerla entre sus brazos.

Los niños crecían. Un día Alexander salió a comprar el almuerzo, en el camino se encontró con una mujer linda y carismática. Desde ese momento cambió su carácter, tenía un pésimo comportamiento con su esposa.

Magdalena empezó a notar algo diferente en la forma de ser de su esposo, nada parecido con el hombre de antes. Una tarde en que su marido dormía, sonó su celular y ella se vio en la necesidad de contestar, fue cuando se dio cuenta de la infidelidad.

Se sintió muy mal ante semejante descubrimiento. Cuando Alexander despertó vio su ropa recogida en unas maletas. Magdalena le pidió el divorcio. El marido le rogó que hablaran y que arreglaran su delicada situación, aunque ella, con dolor en su corazón, le contestó con un rotundo no.

Pero, a pesar de todo, ella lo amaba, y él a ella. Alexander era consiente de su error y estaba arrepentido. Magdalena le dio una nueva oportunidad y le volvió a abrir su corazón. De a poco la relación mejoró y siguieron adelante. Hasta el día de hoy luchan por su matrimonio, dando todo por ellos y por sus hijos.

Era un día común y corriente del año 2007. Pensaba que me encontraba dentro de una familia unida y feliz en compañía de mi esposo y mis tres hijos.

Pero, mi marido decidió abandonarnos para irse a vivir con su amante. El mundo se me venía encima al pensar en lo que iba suceder, solo quedaba yo para mantener a los tres niños: una de ocho años, otro de cuatro y el último de cinco meses. Juro que mi mente estaba en blanco al ver a mis pequeños en la casa y yo sin trabajo ni sustento. Me deprimía cada vez más, sin embargo, esto no era un obstáculo para mí, Jenny Sánchez, una mujer guerrera.

De pronto sentí unas fuerzas que ni siquiera yo sé de dónde salieron. Supe que quedándome donde estaba no lograría avanzar junto a mis pequeños, razón por la que decidí dejarlos con mi madre y trasladarme a la capital del país a buscar un empleo para generar dinero y de esa manera sostener a los míos. En el mundo siempre existen ángeles, al llegar a la metrópoli en marzo, ya tenía mi primer trabajo; era algo emocionante, de verdad. Durante mis vacaciones procuraba irme desde el primer día libre para pasar el mayor tiempo posible con mis hijos.

Después de eso, en el 2010, tomé la decisión de firmar el divorcio total, ya no necesitaba estar estresada sobre ese tema. Más adelante se graduó de Educación Media mi hija, quien luego iría a la universidad por lo que debía mudarse también a Tegucigalpa. Mi hijo mediano iba al colegio secundario y el pequeño a la escuela primaria.

En enero del 2015 decidí emprender un viaje a Estados Unidos con la visión de conseguir un mejor trabajo que pudiera sostener a mis hijos y darles la educación que ellos merecían. Realmente no tardé mucho en llegar, a finales de febrero estaba pisando tierras norteamericanas. Gracias a Dios que me permitió estar sana y salva. A partir de ese momento la sonrisa volvió a mí, solo faltaba trabajar duro día a día para lograr los objetivos por los que migré acá.

Después de empezar una vida nueva en un país totalmente diferente, fui agarrándole cariño y eso me daba aún más ganas de luchar. Claro, hay que aceptar que cualquier madre se deprime al saber que su familia está a miles de kilómetros de distancia y que no los puede visitar a diario, pero igual el recuerdo de ellos sirve de inspiración. En diciembre de 2018 logré graduar a mi segundo hijo y el más pequeño iba a entrar a la Educación Media.

¡Vaya, sí que el tiempo pasa muy rápido! Cada día me sentía más satisfecha de mi labor, corroboré que una mujer no necesita de un hombre para poder vivir o mantener a sus hijos; solo se trata de empezar, retarse a sí misma y levantarse si se cae. ¡Básicamente en esto consiste la vida!

 

¿Qué iba hacer de aquella mujer? Tuvo dos esposos que la maltrataron. Uno de ellos terminó en la cárcel por circunstancias confusas.

Esta es la historia de mi vecina Olga Marina Erazo. De lejos lucía muy feliz. Era amable con todos. Parecía tener un pasado y un presente bonitos, alguien sin tantos problemas encima; pero, al escuchar su historia, era difícil asimilar el sufrimiento padecido.

Todo comenzó cuando conoció a su primer esposo, un guardaespaldas con quien tuvo dos hijas: Barinia y Dargely. Por alguna razón él quedó tras las rejas.

La hermana del marido ayudó a Olga con todos los gastos de su segundo embarazo y se la llevó a vivir a su casa, en la misma colonia en la que yo resido. Cuando sus hijas tenían unos ocho años, mi mamá las cuidaba mientras su progenitora trabajaba. Mi madre me señaló que ellas comían como si fueran unas princesitas, que no se ensuciaban y eran cuidadosas.

Al pasar los años Rosita, la hermana del ex de Olga, se mudó a España y desde Europa ayudaba económicamente a su antigua cuñada y a sus sobrinas.

Olga era empleada doméstica en una residencia del barrio La Granja. Allí conoció a otro hombre del cual se enamoró, y se fue a vivir con él. Este segundo compañero aparentaba ser mejor, tuvo un hijo con él; no obstante, luego demostró ser igual o peor que el anterior, ya que pronto comenzó a maltratarla a ella y a sus hijas.

Este hombre golpeaba a Olga con frecuencia y tenía otra familia aparte. De esto, por desgracia, ella se dio cuenta demasiado tarde. La exesposa de su marido se suicidó, cuentan que había terminado loca de tanta violencia que recibió.

Barinia decidió acabar con el abuso constante que recibía y se regresó a vivir con su tía Rosita. Al poco tiempo también se fue Dargely detrás de su hermana. Luego Olga tomó a su pequeño hijo, dejó ese hogar destructivo y se reunió con sus hijas.

La madre trabajaba y podía mantener a su familia. Cuando todo marchaba muy bien, el papá del hijo de Olga regresó con una denuncia, ya que ella había tomado la decisión de que ese abusador no estuviera cerca de su pequeño y no le permitía que lo visitara, y por esa razón él la acusó ante las autoridades. Para no entrar en problemas legales, dejó que su exmarido visitara al chiquillo. En ocasiones, Olga incluso acompañaba a su hijo a casa del padre, con mucho temor, porque temía que le hiciera algo a cualquiera de los dos. Por fortuna, el padre trataba muy bien a su hijo.

Olga comenzó a recibir acoso de parte de este hombre, así que decidió acabar con la situación, de raíz. Se marchó a México y ahora reside allá con su hijo. Sus dos hijas veinteañeras tomaron distintos rumbos. Barinia se fue a vivir a España y Dargely se quedó en nuestro país.

El papá del hijo de Olga la comenzó a buscar desesperado. Traía consigo un citatorio, pero ella ya no estaba en Honduras, así que no pudo hacer nada más. Espero que no vuelva a molestar a Olga, ella merece ser feliz porque ha sufrido demasiado.

En un caluroso 11 de marzo de 1974 una mujer luchadora y maravillosa llegaba a este mundo. Era la décima de doce hermanos. Merlín Elvir tuvo una vida difícil, veía cada día a su madre luchar por 12 seres dependientes, 12 vidas, 12 bocas, 24 manos y 24 pies, mientras que su padre viajaba a lugares lejanos en un tráiler, por trabajo.

Mi mamá sufriría las consecuencias multiplicadas por 12, ya que un día su padre llegó a la casa con intenciones de abandonar a la familia. Esa madre (mi abuela) desesperada quebró una botella de vidrio para que su esposo no se fuera, pero esta reacción provocó una fuerte discusión y al final su marido se marchó. La mujer sufrió mucho, pero salió adelante. Fue cuando se convirtió en vendedora de golosinas.

Con mucho sacrificio Merlín pudo ir al colegio. Estudió la carrera de Secretariado Taquimecanógrafo y se graduó cuatro años después. A pesar de que su madre no podía leer ni escribir, sí quiso que sus dos hijas mayores tuvieran una carrera profesional. Ambas consiguieron graduarse.

Merlín se casó con el soñado príncipe azul del cual tuvo tres hijos (dos varones y una mujer). Al principio todo parecía ser color de rosa, la familia asistía a la iglesia, pero siempre había peleas entre la pareja hasta llegar al punto de agredirse.

Pensó que estas situaciones eran normales, al haber vivido algo parecido en su infancia. Hasta cuando su hija más pequeña se dio cuenta de la forma en la que su padre maltrataba a su madre. Se sintió tan mal que llegó a pensar que las peleas eran por su culpa y un día intentó suicidarse tomando un frasco completo de pastillas, que rápidamente la madre le arrebató.

Merlín decidió buscar ayuda y fue allí donde conoció a la organización Alternativas y Oportunidades, una ONG sin fines de lucro, que ayuda y capacita a jóvenes y padres en riesgo social sobre los derechos de los niños y de la mujer.

La mujer empezó a identificar que era violencia lo vivido en casa de sus padres y lo padecido en su hogar. Ya sabía cómo defenderse y no se quedaba callada; poco a poco fue descubriendo más a fondo sobre sus derechos.

Después realizó un diplomado en Seguridad Humana que le permitió profundizar más sobre los motivos de todas las formas de violencia y el trato que las víctimas merecen. A raíz de este conocimiento Merlín pensaba y actuaba diferente, exigía justicia y no permitía agresiones de nadie.

Un día tuvo una fuerte discusión con su esposo y por una frase ofensiva de este ella se le fue al cuello y lo empezó a asfixiar. Sus tres hijos estaban aterrados porque pensaban que iban a presenciar un asesinato. Los niños le gritaron a su madre que lo dejara, fue allí donde reaccionó y lo soltó.

Después de esto tomó la decisión de divorciarse. Para ella este proceso no fue fácil, pero al parecer era la única salida. Luego le pidió perdón a sus hijos por el infierno que les hizo vivir y hoy está feliz, vive tranquila con su familia, ya no hay más discusiones ni peleas.

La mujer sigue capacitándose y asiste a varios programas del Centro de Estudios de la Mujer Hondureña, es parte de la agenda de seguridad humana de las mujeres de los barrios y colonias del Distrito Central de su país. También está en la mesa de «Mujeres migrantes y desplazadas», que trabaja para que esas damas tengan un buen trato en la ruta migratoria. Además, conforma la Red de Mujeres Haciendo Historia de su comunidad e integra la Red de Mujeres Rurales Francisco Morazán.

Merlín Elvir dijo en una ocasión: «Doy gracias a Dios por todas las personas que han sido parte de mi proceso, por darme tanto conocimiento y las herramientas necesarias para poder ser la mujer que soy ahora; jamás pensé que yo podría cambiar».

Sí se puede salir de una relación abusiva. “Derecho no conocido es derecho perdido”, dice. El ejemplo de Merlín demuestra que aprovechamos el tiempo cuando nos capacitamos, porque formarse nos empodera y nos permite cambiar cualquier situación.

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Mi nombre es Ruth Raudales, nací el 28 de julio de 1980 en la ciudad de Guaimaca, en el municipio de Francisco Morazán. Tuve una infancia muy bonita, donde mis padres y mis hermanos mayores me cuidaban y me llenaban de mucho amor. Crecí en medio de la naturaleza, escuchando cada amanecer el maravilloso canto de las aves y el murmullo de ríos y arroyos que rodeaban mi cálido hogar.

Cuando alcancé los seis años, mis padres (con el deseo de que sus hijos se preparen académica y personalmente) decidieron trasladarse a la capital de Honduras, Tegucigalpa. Aquel fue un proceso difícil porque tuve que adaptarme a un ambiente totalmente diferente. Ingresé al kínder en 1986 y resultó muy complicado socializar con mis compañeros, era víctima de acoso por pertenecer a la Iglesia Menonita, quienes se distinguen por su vestimenta. Fui excluida y objeto de burla, pero superé la situación gracias a la seguridad que me infundieron en mi familia y al apoyo de mi maestra.

Estuve en la escuela primaria entre 1987 y 1992. La cursé de manera exitosa con la ayuda de mis progenitores. Al finalizar cada jornada escolar, llegaba a mi casa a realizar mis deberes y luego ayudaba a mi madre a preparar ricas golosinas para la venta, pues siempre me enseñaron el valor de aprender y trabajar para lograr superarme. Así ingresé a secundaria, asistiendo de lunes a viernes, y los fines de semana iba a la Iglesia con mi madre y mi hermana.

Para el nivel Medio, entre 1993 y 1995, decidí estudiar Secretariado Ejecutivo Bilingüe, una carrera con duración de cuatro años. Durante el tercer año de esta formación, en el trayecto hacia el colegio, conocí a una persona del sexo opuesto, también estudiante, quien me propuso su amistad para posteriormente cortejarme. No correspondí, pero quedamos como amigos, sin darme cuenta de que me convertí en su obsesión.

Cierto día, en horas de la tarde, este joven llegó a mi casa. Yo estaba en compañía de mi madre y hermana. Él se paró frente a mí y me hizo tres preguntas.

—¿Me tienes miedo?

—No, no te tengo miedo —respondí—, ¿por qué te voy a tener miedo?

—¿A tu familia le tienes miedo?

—No, ¿por qué les voy a tener miedo?

—¿Quieres ver a Dios?

Interrogante que no me dejó responder, pues en ese momento él comenzó a dispararme y me impactaron tres proyectiles mientras yo le gritaba que no lo hiciera. Luego se disparó en el abdomen y salió corriendo de la casa. Ambos nos encontramos en la sala de emergencia del Hospital Escuela, donde los médicos nos prestaron auxilio. Sin embargo, él no sobrevivió. Atravesé un proceso de tratamientos médico-quirúrgicos, dolorosos y difíciles para mí y la familia, que gracias a Dios logramos superar.

Este suceso cambió radicalmente mi vida, pues aparte de atravesar el daño físico, acompañado de insultos y amenazas por parte de la familia del fallecido, también enfrenté un proceso legal, pero logré salir adelante. Luego me reincorporé a mis estudios y me gradué.

Actualmente soy una mujer muy bendecida. Culminé mis estudios universitarios, obtuve una licenciatura y laboro en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Además, tengo dos hijos varones y disfruto pasar tiempo de calidad con mi maravillosa familia. Agradezco cada día a Dios por el milagro de la vida y a mis padres por inculcarme valores que fueron necesarios para ser la mujer de éxito que hoy soy. Espero seguir cumpliendo el propósito que Dios me dio y por el cual sigo aquí.

En el pueblo Erandique Lempira, el 20 de noviembre 1946, nació María Francisca Aguilar Cáceres, una mujer muy hermosa de cabello largo y ondulado. Hija de Priscila Cáceres y Carlos Aguilar. Su padre nació con el don de adivinar, la gente lo visitaba mucho para que les dijera por qué les robaban su ganado o sus objetos muy valiosos, él ganó mucho dinero por esa habilidad.

María Francisca, con veinte años, era muy apegada a sus padres; sin embargo, tuvo que salir huyendo de su comunidad. Se dio cuenta de que su novio Luis era un narcotraficante que no tenía piedad de nadie. Ella quería estudiar, pero su prometido nunca la dejó. María se fue sin saber qué rumbo tomar. Se dirigió hacia la ciudad de Tegucigalpa, donde descubrió que podía cumplir sus sueños y sus propósitos de vida.

Al llegar a la capital hodureña lucía un pañuelo rojo para su suerte. María empezó a estudiar e ir a la Iglesia en 1967. A los meses de vivir en la ciudad se encuentra con una linda joven llamada Lucía, que tenía un piedra en su mano, Lucía la miró a los ojos y esta, mordiendo la piedra, le dijo en voz alta: «Te maldigo por el resto de tu vida a que nunca seas feliz».

María, sorprendida, no le tomó mucha importancia. Pensó que la muchacha estaba loca, sin saber que todo lo que le dijo ocurriría. Con el paso de los días ya no era la misma, no se sentía bien; a sus veintidós años tenía una tristeza inexplicable, pero aun así seguía adelante.

Después de ocho años estudiando Medicina en la universidad se graduó, en el año 1973. Estaba muy feliz de lograr sus sueños, de ayudar a los demás siendo doctora. Recordaba lo que hacía siete años le dijo la extraña mujer, pero seguía luchando.

Cuando tenía veintiocho encontró a un hombre muy guapo llamado Carlos García. Con el tiempo se enamoraron y decidieron formar una familia. Se casaron en 1980. Tuvieron cinco hijos. María continuaba triste sin saber el motivo, ya no podía callarlo y le contó a su esposo sobre la maldición que nunca la dejaba ser feliz. Ella solo se sentía alegre cuando atendía a sus pacientes en el hospital o cuando convivía con su familia. El marido la apoyó en todo momento.

La pareja fue envejeciendo y quedaron solos porque sus hijos formaron sus respectivas familias. María sentía que su compañero no estaba nada bien y lo llevó al hospital donde ella había trabajado. Le diagnosticaron cáncer en el estómago, enfermó a tal grado que no podía caminar por el dolor. Ella lo cuidó, a costa incluso de su propia salud.

Los hijos pensaban que su mamá moriría primero porque se miraba más grave que su esposo. Para ayudarla internaron a su padre en el hospital y cuidaron de ella en su casa. La mujer les comentó que no se podía morir por su maldición, no lograba ni pararse de la cama, pero seguía resistiendo. A los días le dieron la noticia de que su esposo falleció el 20 de marzo del 2020 y ella entró en depresión. Luego reunió a sus hijos y nietos para decirles que siguieran adelante, que estaba muy orgullosa de toda su familia, oró por cada uno y los bendijo con el último aliento que tenía: «El día que yo muera no lloren por mí, que ya no voy a sufrir». María falleció el 19 de abril del 2020, un mes después de la muerte de su esposo.

María luchó día a día para poder cumplir sus sueños, metas y propósitos. Fue una guerrera y luchadora. Estoy muy orgullosa de haber tenido una abuela como ella, la admiré mucho y lo sigo haciendo por ser una valiente.

Roxana Álvarez es una madre soltera que lucha por sacar adelante a sus tres hijos. Ella sabe aprovechar cada oportunidad que la vida le ofrece para poder superarse.

Vino al mundo en 1990. Para ser más preciso, nació en Tegucigalpa. Creció junto a sus padres y hermanos menores en una casa de madera. Aunque vivían en extrema pobreza, eran ricos en amor.

En el 2007, a Roxana se le ocurrió seleccionar objetos reciclables con los que confeccionó hermosos adornos para el hogar, que luego vendió. Este resultado de su ingenio le sirvió para ayudar a sus padres a enfrentar la precaria situación por la que pasaban.

Constantemente enfrentaba condiciones complicadas al momento de recolectar los objetos, pues había personas que peleaban por la misma mercancía que ella. Entonces, tuvo que recorrer las calles, mercados y basureros de distintas colonias buscando esos objetos que le permitirían subsistir; además, era un trabajo que beneficiaba al medio ambiente. Aunque Roxana vivía atemorizada por la competencia a la que se enfrentaba a diario en las calles de su ciudad, tenía la visión clara de que nada la iba a detener.

En ocasiones lloraba, pero nada la hacía parar de trabajar y crear. Ella pensaba en su familia y en aquella olla de arroz sancochado que muchas veces era lo único que tenían para comer, aunque había momentos en que no quedaba más remedio que sobarse la barriga.

Roxana siempre tuvo una visión positiva sobre su futuro. Pensaba que sí podía triunfar. Le gustaba recordar de dónde venía para saber hacia dónde quería llegar. Poco a poco se fue acercando a personas que veían su gran potencial, su gran entusiasmo de poder superarse y optar a mejores oportunidades de trabajo para sacar adelante a los suyos.

Su gran sueño era ayudar a los niños y a los adolescentes necesitados para que todos puedan alcanzar una mejor calidad de vida. En una tarde del año 2010 recibió una agradable sorpresa, había sido elegida para estar al frente de una organización que apoya a jóvenes que desean superar las adversidades. Lo que desde pequeña anheló se estaba cumpliendo y tenía la oportunidad de viajar y conocer lugares que nunca imaginó.

Es una mujer de Dios, que se ha levantado del polvo hacia lugares de honra. Por su entrega se ha convertido en un baluarte dentro de su comunidad y es grande el legado que le ha brindado a la sociedad.

Es capaz de relacionarse con personas de diferentes clases sociales. De cada quien aprende algo diferente. Ama a la gente no por su riqueza o pobreza sino por su calidad humana. Sabe cómo afrontar cada situación y cada reto. La clave de todos sus éxitos radica en que es una mujer de mucha fe y con la firme convicción de superarse en todo momento.

Desde muy niña descubrió su vocación de ser un pilar para otros, empezando por su familia con la que superó las necesidades más extremas. El amor incondicional ha sido su impulso para luchar y poder cumplir sus deseos.