El sol aún no salía. Era tan temprano que todavía sentía el frío acogedor de la noche, cuando oí la voz de mi tía pidiéndome despertar. Ya era hora. 

Pasaron unos segundos hasta que me di cuenta que ese era el día en el que emprendería mi tan esperado viaje. Iría por primera vez a la provincia de Los Santos. Entusiasmada arreglé mis cosas y me di una ducha fría. Todo fue tan rápido que casi olvidaba desayunar. Sería un trayecto largo antes de llegar a mi destino: un sitio hermoso con una cascada pequeña y abundante vegetación.

Ya en el carro, mientras miraba por la ventana, escuché a mi familia contar cómo en ese lugar una mujer se había tirado hace muchos años y se decía que su espíritu todavía era visible. Los vecinos contaban cómo la mujer, llena de tristeza, se lanzó al agua del Río Perales luego de descubrir que su amado se había enamorado de otra. 

Pensar que podría llegar a ver un fantasma era increíble. Estaba tan maravillada que la excursión se me hizo mucho más larga.

Después de un tiempo, llegamos al hotel donde nos hospedaríamos. Estaba un poco desanimada por no haber llegado inmediatamente al lugar, pero miré por todas partes con curiosidad y deduje que no era tan malo hacer una parada ahí. Ese sitio me recordaba a las típicas casas de abuelos, olía a tienda de artesanías y a sombreros.

Ya de camino al Salto del Pilón viajamos en auto algunos minutos que se me hicieron eternos. Luego tuvimos que transitar entre el bosque y subir la montaña. Era algo nuevo para mí, así que agarré fuertemente la mano de mi tía y avance con cuidado. El camino era tan lodoso que se sentía como si me fuera a tragar, todo estaba rodeado de árboles gigantes que me veían pasar silenciosamente mientras susurraban entre sí. Era como estar dentro de una aventura de película y yo era la protagonista.

Por el camino me encontré con varios animales, iguanas verdes que casi no se veían, aves hermosas y pequeños insectos coloridos. Las mariposas rojas y negras me impactaron, pero creía que por sus llamativos colores eran venenosas así que traté de no acercarme a ellas. Ya estaba cansada, pero justo cuando miré hacia adelante estaba ahí una pequeña cascada y un río: era finalmente el área del que tanto hablaba mi familia.

Miré rápidamente a la parte de arriba del Salto del Pilón, donde se supone iba estar el espíritu de la mujer justo antes de saltar, pero no vi nada, estaba tan confundida. 

“¿Acaso ese no era el salto?, ¿dónde estaba lo que tanto quería ver?”, le pregunté a mi tía. 

—Eso era tan solo un mito—, dijo ella entre risas antes de seguir andando. 

Esa frase resonó en mi cabeza hasta el final del viaje hasta que lo acepté. Es cierto: por más que desee que las cosas sean diferentes, un mito siempre será un mito, y eso no me puede decepcionar.

Aquel martes 4 de junio del 2019 mis hermanos y yo nos despertamos a las 6:00 a. m. para tener tiempo suficiente de alistarnos y salir, pues somos una familia grande. Entré al baño para ducharme por unos quince minutos y cuando terminé de arreglarme ayudé a mi mamá a preparar los regalos para mis primos más pequeños.

Cada año los musulmanes celebramos el Eid al-Adha, es como Navidad, pero celebrada a nuestra manera. Ese día, en la noche, vestimos muy elegante y pasamos tiempo con la familia; antes, en la mañana, vamos al Club Árabe situado en la provincia de Colón, para rezar y desayunar nuestra comida tradicional hecha por la mayoría de las mujeres.

Salimos de casa a las 7:00 a. m. Como teníamos prisa no alcanzamos a tomarnos la clásica foto familiar. Tanto mis padres, Ajwad y Nisrine; mi hermano mayor, Nabil; mis hermanos menores, Mohammad y Lia; y por supuesto yo, Dana, estábamos un poco soñolientos, ya que levantarnos temprano no es algo que nos guste hacer.

Llegar al Club Árabe solo tomó cinco minutos, ya que vivíamos cerca. Al entrar sostuve la mano de mi papá, había muchas personas en la entrada y se saludaban entre sí; todos se conocían, ya que en la cultura árabe siempre hemos sido unidos. Tras los saludos, subimos al segundo piso, había tanta gente que estaba segura de que, si soltaba la mano de mi padre, me perdería y no me encontrarían jamás; según mis cálculos había aproximadamente entre trescientas y cuatrocientas personas.

Mi papá y mis hermanos fueron a rezar con el resto de los hombres quienes formaron una especie de círculo entre ellos. Las mujeres estaban detrás. Me senté al lado de mi madre, fue entonces cuando el Shaikh, quien es la persona que guía el rezo, indicó que ya íbamos a empezar. Cuando terminamos, mis primas y yo corrimos a las mesas repletas de comida, nos servirnos y después comimos.

Algunas personas se fueron luego de desayunar para hacer las visitas familiares. Nosotros, como de costumbre, vamos primero a la casa de mi abuela paterna, quien siempre nos recibe con besos, abrazos y una bandeja repleta de chocolates.  Recuerdo que de niños mi madre decía que solo podíamos agarrar dos, porque después en la noche nos daba un ataque de hiperactividad y no dejábamos dormir a nadie, ni a los vecinos; pero entre mis hermanos y primos contrabandeábamos gomitas, chocolates y otras golosinas.

Después de ir a donde mi abuela, visitamos al resto de la familia: a los hermanos de mi papá, que en total son seis; a sus tíos, que son doce; a sus primos, que perdí la cuenta de cuántos son; y a sus abuelos. Somos una familia grande de parte de mi papá, y mi familia materna vive lejos, en Líbano, pero todos los años en las vacaciones viajamos a visitarlos.

El Eid es uno de los eventos que más amo de mi cultura, porque veo a todos mis seres queridos, compartimos, reímos y, lo más importante de todo, es que me dan demasiados regalos. ¡Ja, ja, ja! Mentira. Aunque eso también importa, lo más valioso es que paso tiempo con las personas que más quiero, que me cuidan y con las que siempre estaré agradecida por todo el amor que me han dado. 

—Desde que encuentres señales de dominio y sientas que algo no está bien, debes salir de la relación—, le dije una vez a varios amigos y amigas.

No es un consejo en vano, y menos para las mujeres. En Panamá, los ataques sexuales contra el género femenino crecieron en los últimos tiempos en un 40% y más de 250 murieron por la violencia solo en el 2021. 

Andrea pudo haber sido una de ellas. Hace veinticinco años se enamoró de un hombre que se mostraba atento. El indicado, solía pensar. 

Esa percepción duró poco, hasta el momento en el que empezaron a vivir juntos. Tras unos meses conviviendo, la relación comenzó a desmoronarse: él se enojaba si llegaba a la casa y no estaba lista la comida. Esto era claramente violencia emocional. 

Andrea trataba de complacer a su pareja siempre, aunque algunas veces, tras volver borracho al hogar, él llegó a pegarle. Poco después dejó de dar dinero para la comida porque lo gastaba en alcohol y ella pasó páramos para poder alimentarse. Como consecuencia del maltrato físico, perdió a su primer hijo; sin embargo, logró salir de allí. 

El machismo ha estado vigente durante décadas en nuestros países, ha incluido maltrato físico, y hasta hace pocos lustros la mujer no podía entablar lucha alguna que le diera el derecho sobre su cuerpo y sus decisiones, porque era considerada rebelde por la sociedad patriarcal. Las mujeres como Andrea debían callar y someterse a la voluntad de sus violentos esposos.

En Panamá domina el machismo, a la mujer se le inculca que solo ella debe cocinar y hacer los oficios del hogar, y a pesar de que la situación parece estar cambiando de a poco con las nuevas generaciones, siguen vigentes ideas como “no puedes hacerlo porque eres mujer” o “esas cosas son de hombres”, que han limitado la vida de las féminas. Hay que educar para que esto cambie. Que los niños vean que todos tenemos los mismos derechos y deberes, para que casos como los de Andrea, y las miles de mujeres que sufren por la violencia machista, no se vuelva a repetir.

Era 8 de abril del 2007. Mis padres, María y Andrés, estuvieron ansiosos durante las cinco horas del vuelo. Mi mamá, con apenas veintiséis años, estaba nerviosa porque era su primer viaje largo embarazada de mí. Partieron desde Holanda y tan pronto salieron del aeropuerto sintieron la frescura de las madrugadas de Egipto. 

La cara de mi mamá se ilumina al contarme sobre su viaje inolvidable. Ella dice que siempre recordará lo increíble que fue ver las pirámides e imaginar cómo debieron ser hace miles de años, recién construidas. 

Los primeros cuatro días, mis padres estuvieron en El Cairo. 

 —Nos teníamos que levantar a las 4:00 a. m. para estar en las pirámides a las 5:00 a. m. y comenzar el recorrido por las pirámides —recuerda mi madre—. Al mediodía ya teníamos que regresar, por lo caluroso que es Egipto.

Aunque mi mamá no entró a los monumentos funerarios porque es claustrofóbica, dice que disfrutó mucho caminar afuera del complejo y ver los camellos alrededor.

 —Yo sí me metí a las pirámides, eran muy apretados los túneles y resultaba difícil respirar por el calor y el polvo —interviene mi padre—. Pero todo vale la pena para ver lo asombroso de su construcción y las paredes talladas con jeroglíficos.  

Mis padres coinciden en que su parte favorita del viaje fue el Museo de El Cairo, tan grande e impresionante que tuvieron que recorrerlo en dos días. Mi mamá afirma que su pieza favorita es la máscara de oro de Tutankamón, esta tiene una cobra y un buitre que representan el reino del faraón en el Alto y el Bajo Egipto. 

Un dato curioso que recuerdan mis padres es que un día los agarró una tormenta de arena dentro del taxi. Al parecer, esto es usual allá, por lo que los conductores se estacionan a un lado de la vía y los dependientes de las tiendas tratan de cerrar lo más rápido que pueden; aunque el fenómeno no demora mucho, todo queda cubierto por una fina capa de arena y la gente regresa a la normalidad.

El cuarto día, en la noche, tomaron el tren que los llevaría hacia la ciudad de Luxor. Del quinto al séptimo día fueron a los templos de Luxor y de Karnak, este último es el más grande en Egipto, con ochenta hectáreas e inmensas columnas; también visitaron el Valle de los Reyes. 

En la tarde del día siete hicieron una travesía por el río Nilo, el más largo del mundo. Se suponía que iban a ir en un bote falúa (velero pequeño), pero para evitar que mi mamá embarazada se intoxicara en medio del desierto, decidieron ir en un crucero. Recuerdan que pequeños botes se pegaban a los barcos de turistas para venderles mercancía, lanzaban los productos y desde arriba los compradores tiraban el dinero. 

La visita a una comunidad de beduinos (árabes nómadas del desierto) fue otra experiencia. Las casas no poseen techos por lo poco que llueve, la comida es riquísima e incluye hasta lagartos, comen en el piso y comparten sus tradiciones. Algo curioso es que no creen en los bancos y afirman que el oro no se devalúa como las monedas, por lo que compran joyas de oro que utilizan las mujeres, y cuando estas quieren dinero se quitan una prenda y la venden. ¡Aprendizaje de nuestros amigos beduinos!

En los últimos días del viaje fueron al Templo Mayor de Abu Simbel, subieron a Alejandría donde vieron la histórica biblioteca quemada hace siglos y finalmente volvieron a El Cairo. 

Casi quince años después mis padres me siguen hablando sobre su viaje a Egipto y rememoran qué tan increíble fue que yo los acompañara en la barriga de mi mamá durante esos doce días y por siete meses más. Actualmente están planeando repetir la experiencia, esta vez desde Panamá, en familia y con dos hermanas más, para crear más memorias.

Si la selva es el pulmón del mundo, los manglares son su cuna. Un manglar es un bosque que se encuentra en las zonas costeras o en las orillas de los ríos, y está relacionado con el mar y el agua dulce. Estos ecosistemas de vida se adaptan de manera única y especial para poder tolerar la falta de oxígeno, altos niveles de sal, las mareas y cambios en el suelo. Son favorables para la subsistencia del hombre y sirven de refugio para muchas especies que los habitan; pero hoy se encuentran gravemente amenazados.

El istmo de Panamá cuenta con la presencia de estos biomas en cada provincia y destaca en el continente por las diferentes especies de mangle. La costa pacífica de Chiriquí es la zona de mayor importancia porque es la reserva de manglar más grande del país, según datos de la plataforma especializada en noticias ambientales Ladera Sur. Allí se encuentran especies como: el mangle negro, el mangle blanco o Laguncularia racemosa, el mangle botón, el mangle rojo, el mangle caballero, el mangle colorado y el mangle piñuelo. 

En los distritos chiricanos de Remedios y San Félix podemos ver la extensa cerca natural que forman los manglares. Cada especie de mangle cuenta con sus características y usos que son de gran importancia en actividades humanas, por ejemplo, la madera del mangle rojo es utilizada para consumo en el hogar; además, este bosque costero sirve de refugio para decenas, quizás cientos, de seres vivos. 

¿Te has preguntado por qué en Panamá no nos vemos tan afectados por los oleajes fuertes provocados por huracanes? Los manglares, además de ser de gran importancia para la conservación de la biodiversidad, son el escudo natural de nuestro país. Estos actúan como amortiguadores contra las altas mareas, tormentas, aumento del nivel del mar y la erosión.  Sus suelos son sumideros de carbono altamente eficaces, por lo que retienen grandes cantidades de esta sustancia.

A pesar del papel fundamental que tienen estos ecosistemas, no han logrado salvarse de la mano del hombre. Según estudios realizados por la Alianza Mundial del Derecho Ambiental del 2008, los manglares han sido talados o destruidos a niveles muy altos. Se necesita aumentar la conciencia en las comunidades, centros educativos y en las futuras generaciones sobre la restauración y conservación.

Chiriquí es una provincia que se destaca por su belleza natural. No dejemos que parte de ella desaparezca por nuestro descuido y falta de consideración. Adoptar un papel de unidad es la solución, teniendo claro que la importancia de la humanidad no es solo consumir, sino también actuar de manera sostenible. 

El manglar es vida, hay que trabajar en conjunto a favor de su conservación, porque a esas entrelazadas ramas está anclada nuestra vida.

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