Desde El Tecal hasta el Barú
La imaginación nos permite volar. Un día quise buscar inspiración para escribir sobre un “viaje”. Después de dar vueltas en mis pensamientos noté que viajar es más allá de ir lejos y conocer lugares nuevos, es también revivir lo ya visto a través de libros y ser capaz de ilusionarte con eso, hasta disfrutarlo en la realidad.
Me levanté un viernes 20 de enero a las 8:00 a.m., como es costumbre en mis vacaciones escolares. Luego de desayunar, salí al patio de mi casa, en El Tecal, Panamá Oeste, desde donde pude apreciar una escena como salida de la gran pantalla, un épico paisaje sacado de una historia de fantasía.
Se me elevaron los sentidos con el calor infernal del planeta Mustafar, un mundo volcánico ardiente donde la lava es extraída como un recurso natural precioso. También me figuré un paisaje sacado de Tatooine, de StarWars; un amplio campo que daba la sensación de estar en una historia de J.R.R. Tolkien y unos bosques tenebrosos de una película de terror.
Todas esas sensaciones llegaron a mí estando tan cerca de casa, con lo cual pensé que quizás solo tenía que ampliar más mi visión, cambiar mi manera de ver las cosas; puesto que, con solo estar en el portal, pude recrear mis historias, los cuentos que me inspiraron tanto, los escenarios que me sacaron de este mundo y me hicieron fantasear con vivir en ellos.
Luego, para no verme inmerso y atado a esas terroríficas escenas, decidí viajar con mi mente a un lugar totalmente diferente. No busqué más, me trasladé a la comunidad de Farallón, en la provincia de Coclé; ahí pude ver las palmeras y la arena blanca sobre el cristalino océano Pacífico, aquel paisaje luminoso e inmenso generó en mí gran tranquilidad.
Del calor de las playas me trasladé al templado clima de Boquete, en Chiriquí, un sitio sinónimo de aventura, con montañas, ríos, volcanes, cascadas y mucha adrenalina. Es un pueblo pequeño con un relieve ideal para hacer trekking. Así continué mi viaje por la provincia chiricana y me dirigí hasta el volcán Barú, el punto más alto de Panamá, donde tuve impresionantes vistas de los dos océanos que bañan nuestro istmo: el Atlántico y el Pacífico.
En las Tierras Altas, las temperaturas ya no son tan sofocantes como en El Tecal y el resto del país. Con preciosas vistas, desde los senderos hasta las cascadas, pude observar volando a los raros y esquivos quetzales; aquello parecía un arcoíris dibujado sobre el inmenso cielo.
Sin dudas, viajar con mi mente ha sido para mí un paraíso entre lo natural y la aventura. Podrán venir mil pandemias más, y siempre mis pensamientos estarán allí para salvarme.