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Marlenys Calderón es una mujer con una historia que me impactó tanto, que decidí contarla a todos. Ella es una prueba de que, si bien las dificultades nos afectan, también nos ayudan a crecer, a desarrollar carácter y a hacernos más fuertes.

Nació en 1971 en Panamá y me contó que como sus padres estaban muy distraídos en sus propias luchas, desde muy joven aprendió a estudiar sola y a valerse por sí misma.

Terminó sus estudios primarios en la Escuela Gil Colunje y parte de su secundaria en el Instituto Rubiano, donde llegó hasta IV año (que hoy se conoce como décimo grado). Nadie le dio un consejo ni la ayudó en sus momentos difíciles.

En una oportunidad, al regresar de la escuela, fue a la tienda a comprar lo que su madre le había pedido. Allí vio a Lucas, un joven muy guapo, que le llamó la atención, pero lo que ella no sabía es que él solo la quería utilizar.

Se animó a hablarle y luego de salir por un tiempo, el chico la invitó a su casa y tuvieron relaciones. Esto tuvo consecuencias. Al descubrir que estaba embarazada, a Marlenys le tocó salir a ganarse el pan. Logró conseguir un trabajo de empleada doméstica, donde la trataban horrible, pero sabía que no podía irse porque necesitaba el dinero.

Pasaron nueve meses e iba a dar a luz. Lamentablemente, nadie estuvo a su lado el día de su parto. Estaba muy triste, pensó cómo se había destrozado la vida, pero llegó una persona que cambió su situación. Conoció a Jacinto Alvarado, quien le recordó que habían estudiado juntos durante la secundaria y que como en ese tiempo ella lo había ayudado, ahora él quería devolverle el favor. Marlenys rememoró que en aquel tiempo ella le compartía lo poco que tenía durante la merienda y en ocasiones le prestaba lo que podía para el pasaje.

Jacinto llevó a su casa a Marlenys y le dijo: «Quédate hasta que encuentres un trabajo estable». Pasaron los años y Marlenys logró culminar estudios de modistería y máquinas industriales, oficio que le ha permitido cumplir su sueño de llevar una vida digna junto a sus cuatro retoños en una buena vivienda que logró comprar con mucho sacrificio.

Logró sobreponerse al abandono, a la soledad, a la tristeza y, como una guerrera a toda prueba, cumplió sus metas y salió adelante con sus hijos de los que yo soy el más joven. En efecto, Marlenys es mi madre y su ejemplo es tan grandioso, que me sentí inspirado a compartirles su historia, pues es muestra de fortaleza para todas las mujeres que, como ella, se enfrentan con valentía a la vida.

Itzela Betancourt nació el 22 de febrero de 1955. Vivió toda su vida con su progenitora, ya que su papá la abandonó a muy temprana edad. Su madre, Pepita Ruiz Morales, era una niña huérfana quien al crecer se dedicó a trabajar en casas de familias donde planchaba, lavaba, barría y trapeaba.

Itzela estudió en el Liceo de Señoritas y un día se fue al parque y se preguntó: «¿Qué quiero estudiar?». En ese momento pensó en psicología o teatro. Pasaron los años y se formó en el Instituto Nacional, donde descubrió su verdadera vocación cuando un día una profesora llamada Carmen Leticia la llevó a su salón como asistente y ahí la joven estudiante notó que quería ser profesora de Español.

A pesar de las adversidades que ha tenido que afrontar, nunca se rindió. Por el contrario, siguió esforzándose y estudiando para lograr su meta. Para ser una mejor docente, tomó una maestría en Lingüística. También estudió Dramatización Lectora y tiene un certificado de Cooperativismo.

En 1978 dio clases en la escuela Salomón Ponce Aguilera; de allí pasó a la Mariano Prado, en Natá; luego al Instituto Rufo A. Garay, en Colón; y posteriormente llegó al colegio Jerónimo de la Ossa, donde empezó a trabajar desde 1992.

La profesora Itzela Betancourt, ha dedicado más de tres décadas de su vida a la docencia en este plantel. Lo que admiro de ella es su entusiasmo, dinamismo y compromiso, pues a pesar de tener 67 años se mantiene activa siempre.

Ella es un ejemplo para todos y, para mí es la protagonista de un ciclo de inspiración que ha tocado a todos los que hemos tenido la suerte de conocerla. Esto lo digo porque, a pesar de algunos quebrantos de salud, siempre está dispuesta a trabajar con nosotros, nos da muy buenos consejos y nos motiva para que estudiemos, participemos en el círculo de lectura, apreciemos y valoremos el idioma y nos exhorta a participar en concursos de poesía y de oratoria, entre otros.

Creo que el día que la profesora finalmente se acoja a su merecido retiro, nuestro colegio perderá a una gran profesional, una gran mujer y a un gran ser humano; y nosotros, los estudiantes, a una gran amiga.

La Profa, como cariñosamente le llamo, es sin duda una mujer que deja huellas en todos, como lo hizo en mí.

Guadalupe Velásquez recibió una crianza ejemplar. Eso la convirtió en una mujer respetuosa, amable y, por supuesto, perseverante. Creció en Altos de Cerro Viento, una comunidad ubicada en el corregimiento Rufina Alfaro y que, a su vez, forma parte del distrito de San Miguelito. Cursó sus estudios primarios en el Colegio Internacional Saint George y completó su formación secundaria en el Instituto Comercial Panamá.

A Guadalupe desde pequeña le gustaban los números y resolver problemas. Su materia favorita era Matemáticas y eligió ser profesora de esa asignatura porque le encanta instruir y ayudar a las personas.

Para lograr este deseo estudió mucho, sus títulos académicos así lo demuestran, pues es licenciada en Matemática por la Universidad de Panamá y profesora de segunda enseñanza con especialización en matemática, por la Universidad Especializada de las Américas. Cuenta además con grado de magíster en matemática pura, matemática educativa y en docencia superior, títulos expedidos por la Universidad de Panamá. Actualmente, cursa estudios de maestría en entornos virtuales de aprendizaje.

Para ella el aprendizaje no termina. Por eso se mantiene en actualización permanente y destaca que las capacitaciones recibidas en la Fundación Proed la han marcado como docente por la calidad de las estrategias que sus cursos ofrecen.

Durante su carrera profesional ha tenido la oportunidad de compartir sus conocimientos con jóvenes de diversos centros educativos, entre los cuales destacan: Colegio Brader, C. E. B. G. Valle Risco, en la provincia de Bocas del Toro; o el Instituto Rufo A. Garay, en la provincia de Colón. Luego de mucho esfuerzo logró su permanencia en el Colegio Jerónimo de la Ossa, lo cual la alegró mucho, pues le queda cerca de su casa. De igual forma ha ejercido la docencia en la Universidad de Panamá, la Universidad Latina,  Universidad Metropolitana de Educación, Ciencia y Tecnología, ISAE Universidad y en la Universidad Americana. Realizó además la corrección del libro de texto Matemática 8, de la Editorial Santillana.

Pero, más allá de las aulas, Guadalupe disfruta mucho de la playa. Como le encantaba viajar, soñaba con recorrer el mundo. Así, inspirada en su frase favorita «Un esfuerzo total es una victoria completa» (Mahatma Gandhi), logró visitar más de doce países y afirma que los que más le gustaron fueron Alemania, por su cultura, y Brasil, por la calidad de las personas.

Su felicidad son sus hijos y su familia. Tiene dos hermanos llamados Miguel y Ángel, uno estudió en Brasil y el otro en la Universidad de Panamá. Cuenta que tiene dos hermanas, una se formó en Brasil y otra en Estados Unidos, donde actualmente vive. Tiene cinco sobrinos (tres niñas y dos varones), muchos ahijados y a todos los quiere mucho. La familia no estaría completa sin sus dos perros Schnauzer: Pocoyo, que, según ella, se porta muy mal, y Cleo, que es un amor. Cuando está triste o deprimida se refugia en Dios.

Guadalupe Velásquez es una mujer increíble, buena profesora y una persona que logró hacer realidad sus sueños. Espero que pueda cumplir los que están por venir y así alcanzar una total victoria.

Rosa Elcibia Almanza González, conocida como Rosita Camarena, nació el 21 de julio de 1964 en la ciudad de Santiago, provincia de Veraguas. Madre amorosa, humilde y perseverante mujer de fe.

Por la naturaleza de su trabajo, formó a su hijo, que actualmente tiene 28 años, para que fuera independiente; así le inculcó realizar sus tareas solo y ella, cuando regresaba a casa luego de ocho horas de trabajo, supervisaba el trabajo de Abdul.

Encontró la inspiración y el apoyo necesarios en su familia, era una niña muy amistosa, tenía muchas ganas de estudiar, de salir adelante, de ser alguien en la vida para así ayudar a sus padres y hermanos.

Su vida no fue fácil, en casa eran de escasos recursos, pero nunca se acostaron sin comer; la superación era su meta principal. Fue educada en el cristianismo y en valores. Durante su juventud nació su vocación por la educación.

Realizó estudios secundarios en la Escuela Normal Superior Juan Demóstenes Arosemena, en Santiago (1980- 1983), lo  que la acreditó como maestra de enseñanza primaria. Recibió el título de licenciada en Ciencias de la Educación, en la Universidad de Panamá (1998) y culminó sus estudios de postgrado en Educación, en la Universidad de Panamá (2000).

Se ha desempeñado como docente de primaria en la Escuela José Irene Muñoz, en la Isla del Rey San Miguel, archipiélago de las Perlas (1984); concursó para ser trasladada a la Escuela Villa Unida, Chilibre (1988). Por mutuo acuerdo ingresó a la Escuela República de Rumania, Gonzalillo (1992) y algunos años después (2000), fungió como subdirectora encargada.

En el período 2014-2019 ocupó el cargo de directora encargada. Con el Decreto 257 del Ministerio de Educación se le reconoció su arduo trabajo, esmero y dedicación en pro de la educación panameña como subdirectora en la Escuela Bilingüe San Juan Pablo Segundo (2022).

La vocación docente siempre está presente en todas las decisiones que se tomen antes, durante y después de hacerse profesor. Ante esto, Rosa afirma que una persona que tenga vocación sabe que la educación se puede mejorar y falta mucho por alcanzar porque la labor es por la niñez.

Todos tenemos derecho a acceder a una educación de calidad, a ser comprendidos, entendiendo que existen diversas formas de aprendizaje. Esto es algo que caracteriza a la maestra Rosa, por eso es un agente cambio, que afirma que con perseverancia y esfuerzos se logran las metas.

En la vida los anhelos se pueden alcanzar, y para ella es una gran satisfacción ver a cada uno de sus alumnos graduarse, ya sea de doctores, enfermeras, docentes, bomberos, secretarias, entre otros. Rosa Almanza sostiene que cada docente deja un granito de arena en sus estudiantes.

La experiencia profesional de Almanza es amplia, pues ha dedicado 35 años de su vida a responder esa voz, esa llamada, primero como docente (13 años) y luego como subdirectora (22 años). En su labor a cargo de la subdirección de la Escuela Bilingüe San Juan Pablo Segundo cumple funciones administrativas, trabaja incansablemente, maneja los problemas de disciplina de los estudiantes, visitas al salón de clase, en conjunto con los profesores para desarrollar el currículo escolar.

Todas estas razones me hicieron escogerla para mi relato. Es luchadora, la admiro, es mi tía, me quiere mucho y a mi hermanito también.

De cabello rizado, reconocida en América Latina por algunas canciones de su autoría como Despacito, y sobre todo distinguida por su talento como cantante. Erika Ender nació el 21 de diciembre de 1974 en ciudad de Panamá, tiene ascendencia brasileña y estadounidense, lo que ha sido una parte importante en su carrera, ya que gracias a su linaje aprendió los idiomas inglés y portugués.

Empezó su sueño de cantautora desde los nueve años, cuando ya se encontraba escribiendo algunas canciones y tenía claro qué quería.

Participó en un programa de televisión llamado Sábado Sensacional, de Venezuela, en el cual debutó como solista. También estuvo en un concurso de poesía representando a su colegio a los dieciséis años.

Pero el camino hacia sus sueños y metas no fue fácil. Ender empezó a buscar una oportunidad, así que acudió a varios productores de música para presentar sus demos; pero, en cada lugar que visitaba le daban un no por respuesta.

En marzo de 1998, a la edad de veintitrés años, decidió tomar un vuelo hacia la ciudad de Miami, en los Estados Unidos. Ese momento marcó el inicio del éxito para la panameña, pues empezó a componer algunos temas musicales como solista y también junto a otras personas.

Al año siguiente se convirtió en alguien importante dentro del mundo de la música. Productores de Sudamérica y México querían que algunas de sus canciones fueran interpretadas por artistas de esas latitudes, lo que efectivamente sucedió porque Erika entregó algunas de sus composiciones para ellos.

Ender también colaboró escribiendo dos éxitos para el cantante Chayanne, Candela y ¡Ay, mamá!, junto a Donato Poveda.

También estuvo en una orquesta donde se encontraba Rubén Blades con sus gira llamada “La rosa de los vientos». Apareció en la revista People en Español. Compuso canciones para una gran lista de cantantes, entre ellos el rapero Daddy Yankee, el puertorriqueño Luis Fonsi y el ganador de cinco premios Grammy, Gilberto Santa Rosa.

Como cantante ha interpretando sus canciones llenas de sentimiento como el tema Cómo hubiera sido, que tiene un gran significado para ella, ya que en 2009 fue hospitalizada debido a unos fibromas benignos en su útero. Erika tuvo que ser operada, pero perdió la oportunidad de ser madre. Un proceso que, según contó, la inspiró para abrir la Fundación Puertas Abiertas, donde se motiva a los jóvenes, por medio del concurso Talenpro, a ser mejores seres humanos usando sus habilidades.

En sus treinta años de trayectoria es la primera mujer panameña en ganar un Grammy. Además, fue galardonada con premios como el Horizon y Humanitarian Awards. Hoy cuenta con cuatro álbumes llamados Hoje a festa, Panamá mía, Tatuajes y MP3-45.

                                                                                                  

El paraíso se arruinó el día que la muerte cruzó por mi sendero. Era increíble, estaba muy emocionada de estar aquí. Algunos de mis amigos que ya habían visitado estas tierras me hablaron muy bien de Panamá. Por eso yo, Catherine Johannet, decidí subir un avión desde los Estados Unidos hasta este país en forma de “s” acostada.

Planeé visitar algunos sitios. El 28 de enero fui al Archipiélago de San Blas. En isla Ina me encantó el mar azul, aunque en realidad era transparente, pero un efecto en el agua la hacía ver de ese color. El mar se conjugaba con las palmeras que estaban en la arena. Las hojas se movían a causa del viento.

Decidí refrescarme en el agua. Llevaba puestos mis lentes oscuros para protegerme de los rayos del sol. Me tomé una foto mostrando las bellezas naturales a mi alrededor, y la subí a Instagram. “I found paradise and it’s called Isla Ina” (Encontré el paraíso se llama Isla Ina), escribí.

Era 2 de febrero del año 2017. Faltaba poco para volver a mi hogar, en los Estados Unidos. Me encontraba ahora en Isla Colón, en la provincia de Bocas del Toro, hospedada en un hostal reconocido.

A las 10:30 a. m. estaba preparada. Quería seguir explorando. Hoy la aventura era en Bastimentos, una de las islas más bellas de Panamá, donde está la famosa playa Red Frog. Bajé a la recepción e informé sobre mí. Quería experimentar todo sana y salva.

Vi que tenía dos opciones para llegar a la playa. La primera era navegar en una lancha, viaje que me costaría alrededor de siete dólares. Luego, bajar en un sitio llamado Tortuga y caminar por un sendero seguro donde debía pagar cinco dólares para ingresar.

La segunda opción era también subirme a un bote, que me llevaría a Bastimentos, pero luego tendría que adentrarme en un bosque. Este plan era perfecto para mí, una aventurera deseosa de explorar y experimentar, para tener una conexión con aquel ecosistema.

 Mis piernas se movían con total calma, mientras observaba el relajante paisaje. Todo iba muy bien, pero de pronto pude sentir cómo una estructura chocaba contra mi cabeza por detrás. Una piedra enorme me había golpeado. Un hombre asaltó mi sagrado cuerpo y se aprovechó de mí. 

Johannet ya no estaba aquí. Mi sonrisa y emoción se transformaron en algo sin brillo ni vida. Mis esperanzas se habían borrado de la faz de la tierra.

Fui una noticia que conmocionó a los panameños por el viaje sin retorno de esta aventura.

Conocí a Mateo en mi barrio cuando yo estaba en primaria. No éramos grandes amigos, pero solíamos conversar, al menos durante los cinco años que compartimos vecindario. La última vez que nos vimos fue para las fiestas de fin de año. Tuvimos la oportunidad de hablar, entre otras cosas, sobre los planes que nuestros padres tenían para nuestro futuro. 

En esa ocasión, Mateo me contó la historia de un viaje emocionante que hizo a un bosque en la provincia de Coclé, con solo ocho años de vida. Al principio me pareció un poco aburrida la anécdota, pero luego me entusiasmé escuchando los detalles de su travesía.

Me dijo que sus padres lo llevaron a un hermoso lugar llamado cerro Cariguana, ubicado en El Valle de Antón. Partieron alrededor de las tres de la tarde de un viernes y llegaron casi al anochecer. 

Durante el trayecto, Mateo contempló un hermoso atardecer a través de la ventana del carro en el que viajaban.  El paisaje lo llenó de emoción, nostalgia y una serie de sentimientos que no podía explicar. 

Detalló que, cuando arribaron al sitio, se enteraron que era mejor hacer el recorrido por el sendero y subir antes del mediodía, por lo que tuvieron que hospedarse en un pequeño motel para pasar la noche y descansar. Al día siguiente se levantaron muy temprano, desayunaron y fueron al lugar donde un guía los esperaba. 

Yo me iba entusiasmando a medida que escuchaba esta narración, por lo que le pedí a Mateo que no parara; pero él me respondió que debía ir a dormir. Tuve que esperar.

Al día siguiente, busqué a mi vecino para que me siguiera echando el cuento. Retomó el relato y mencionó que, el guía que los acompañaba en el recorrido, les contó que Cariguana forma parte de un grupo de cerros que rodea el centro de El Valle de Antón, lugar que hace muchos años fue un volcán. 

Mientras subían, Mateo notó la falta de árboles que dieran sombra; tampoco había sitios donde tomar agua. ¡Qué bueno que ellos llevaron algo de comer y botellas con agua!, aclaró, si no hubiesen estado en problemas. 

 —Cuenta Mateo, cuenta  —pedí emocionado luego de una pausa. 

Entonces respondió que pudo observar un tucán muy hermoso, que había unas flores llamadas orquídeas y que también vio a un perezoso. 

—¡Guau! Un perezoso —exclamé y él rio.

Mateo rememoró que estaba muy cansado al terminar esa aventura, pero disfrutó mucho. Para él lo más emocionante fue llegar a la cima del cerro porque la vista fue hermosa. Se podía avistar todo El Valle desde arriba. Al escuchar su relato, comprendí que pasaron unos momentos muy bonitos en familia.

Indicó que bajaron del cerro temprano por recomendación del guía, pues podía llover, y si había tormenta eléctrica, resultaba muy peligroso. Al descender fueron a comer y apreciaron una presentación artística. Finalmente, regresaron al motel a descansar para volver a su hogar al día siguiente. 

Hoy pienso con nostalgia en mi vecino y los momentos que pasábamos conversando de cualquier tema. Hace tres años que no vive en mi barrio. No nos vemos ni hablamos, pero el relato de su paseo al cerro Cariguana quedó en mi mente, al igual que las ganas de visitar ese lugar y comprobar lo que un día me contó un chico llamado Mateo. 

Para muchos la cuarentena durante el inicio de la pandemia por covid-19 fue muy estresante; en cambio, a mí me pareció una época interesante, divertida y terrorífica. 

Aunque extrañaba el colegio, a mis amigos y a mis profesores, tuve la oportunidad de pasar el confinamiento con mi familia en el interior del país, en la provincia de Veraguas. Fue entretenido porque aprovechamos el tiempo libre para desempolvar algunas historias. Cada cuento era mejor y más aterrador. 

Un día decidimos ir donde mi abuelo a Pedernal, frente al cruce de Ocú. En esa ocasión, íbamos entrando al área cañera por el ingenio de Santa Rosa. Aún no cortaban las cañas, pero la zafra estaba próxima. Eran las ocho de la noche y escuchamos un llanto, se oía cerca del río Santa María. Sentí que el corazón se me puso chiquito del susto. Cuando llegamos a donde mi abuelo, él me dijo que era normal, que se trataba de la llorona buscando a sus hijos. 

El comentario fue apropiado para que el abuelo recordara algunas historias de su pasado.

—Cuando era joven llegaban entre los cañales mujeres muy hermosas, mientras yo pescaba los chogorros —rememoró.

—¡Ave María Purísima! —exclamé yo.  

Por suerte mi abuelo era joven cuando ocurrió esto. Pienso que hoy no debe pasar nada porque hay mucha iluminación. 

Narró que, en el año 1945, cuando mis bisabuelos se estaban conociendo, se fueron para un baile. Era en un pueblo algo distante, y después de ciertas horas ya no había transporte ni luz. Estaban bailando mientras el artista salomaba y tocaba el acordeón. Justo a la medianoche llegó un señor muy refinado, vestido de forma elegante. Todos lo miraban y las jóvenes se morían por bailar con él. Una de las muchachas, llamada  Juana, sacó a bailar al caballero, quien aceptó la invitación. Danzaron mucho, hasta que este personaje le dijo había perdido una moneda y le pidió ayuda para buscarla. Juntos trataron de encontrarla, fue en ese momento que Juana le vio patas de vaca al señor, y gritó. 

Está de más decir que el baile se acabó y todos salieron corriendo por las oscuras y desoladas calles.

¡Santo cielo! Menos mal que vivimos en el 2022. Solo les puedo apostar que, si esto llega a pasar hoy, todos le toman foto y lo suben a Tik Tok. 

Siguiendo con las historias de miedo, la tía Cándida contó sobre un día que iba por la vía Interamericana. Hace cuarenta y ocho años había pocos autos en las calles, la movilización se hacía especialmente a caballo y en bicicleta. Mi tía tenía un auto porque se lo había regalado su esposo, uno de los muchos gringos que había en Panamá en esa época, por las bases militares. Era de noche y ella venía de la universidad cuando sintió que algo se le subió en la capota, en la parte trasera. Dijo que vio una larga cabellera negra, mas no a la persona, y no entendía cómo podía alguien trepar un auto andando a 80 kilómetros por hora.  

—¡La sangre de Cristo! —dijo—. Acompáñame hasta que llegue bien. 

Más adelante encontró una capilla con una cruz, a la cual arribó sin habla y temblorosa. 

Hay infinidades de historias, cuentos y leyendas, que hacen parte de la cultura y tradición oral en nuestros pueblos del interior. No sé ustedes, pero con cada fragmento se me erizaba la piel.