Pienso en ella, en su forma de ser y en toda la admiración que se ganó tanto con los más pequeños como con los más grandes. Cuando pidieron escribir sobre una mujer inspiradora, desde el principio supe que tenía que ser sobre ella, darle las gracias por todo lo que hizo por mí y mostrar un poco de su
vida…
Nacida en Sonsonate, el 29 de abril de 1931, es mi mayor motivación en el ámbito del estudio. Me refiero a Elba Graciela González de Barrientos, mi abuela, llamada cariñosamente por muchos como la Niña Elbita. Hija de María Esther Herrera de González y José Miguel González, tuvo cinco hermanos, cuatro mujeres y un hombre.
Mujer luchadora, educadora, esposa, madre y abuela que será recordada por muchos. Docente de primer ciclo, laboró en diferentes instituciones educativas de Sonsonate, entre ellas la escuela de varones de San Julián, el Centro Escolar Salvador Díaz Roa, el Centro Escolar República de Haití y el Colegio La Santísima Trinidad.
Me siento muy afortunada de haber tenido su apoyo en mi aprendizaje. Si no me quedaba algo claro sobre mi tarea, tenía esa ventaja sobre los demás, ya que, por sus habilidades como docente, sabía cómo explicarme de la manera más cariñosa posible. Uno de los recuerdos que siempre quedará marcado en mi corazón era cuando me decía que, una vez tuviera mis calificaciones, se las llevara para premiar mi rendimiento académico, dándome dinero como recompensa a mi esfuerzo.
Compartió su vida durante 48 años con el también docente Rafael Antonio Barrientos Marticorena, procreando dos hijas, María de Lourdes y Carolina Antonieta. También fue la mejor abuela que sus nietos, Fernando Valle y Elsie Carrillo, hayan podido tener.
En su juventud vivía con sus padres y sus hermanos en el barrio El Ángel, ahí creció y asistió a la Parroquia Nuestra Señora de los Ángeles, donde se formó como ferviente católica, dejándome como herencia este amor por las las tradiciones religiosas. Al unir su vida con Rafael vivió en la colonia H. de Sola y finalmente adquirieron su casa propia en la colonia Aida, donde transcurrió el resto de su vida, la de sus hijas y sus nietos.
Amante de las costumbres sonsonatecas, una de ellas la Semana Santa, y fiel devota de Jesús
Nazareno y la Virgen María. Le encantaba pasar tiempo con su familia y se entretenía cuidando de sus perritos.
Pero su refugio era su hermoso y pequeño jardín, que contenía una variedad de plantas, algunas adquiridas con su dinero y otras obsequiadas por sus hermanas Vina y Gloria, quienes sabían de su afición. Tenía jacintos, su hermosa sábila, una deliciosa parra de lorocos, la olorosa mata de orégano y su amada rosa; pero había una con la que tenía una conexión muy especial y que era su favorita, su bella y preciada pascua.
A finales de julio del 2016 una parte de ella se fue a un viaje sin retorno, el corazón de su amado esposo dejó de latir a causa de un infarto. Esta pérdida fue inesperada para toda la familia, pero más para ella, y sus mayores apoyos fueron sus hijas y sus nietos. Después de este suceso, la Niña Elbita encontró calma en su colorido vergel, pero poco a poco fue perdiendo las capacidades para poder cuidarlo.
Debido a su delicado estado de salud, y por estar pendiente de ella, nadie tuvo el tiempo para atender aquel edén y poco a poco se fue marchitando, resintiendo la ausencia de quien con tanto amor lo había conservado.
Un día después del Día del Maestro de 2018, el cielo se tornó de color gris, la señora Elba partió a reunirse con su amado esposo a un lugar de descanso, y estoy segura de que ellos dos nos cuidan desde las estrellas.
De todas las plantas en el jardín, solo una había logrado sobrevivir a esta gran batalla, su pascua; sin embargo, ese 23 de junio, su rojiza flor se marchitó como si hubiera decidido acompañar a su amiga a ese viaje a la eternidad.