La mujer que luchó contra la maldición
En el pueblo Erandique Lempira, el 20 de noviembre 1946, nació María Francisca Aguilar Cáceres, una mujer muy hermosa de cabello largo y ondulado. Hija de Priscila Cáceres y Carlos Aguilar. Su padre nació con el don de adivinar, la gente lo visitaba mucho para que les dijera por qué les robaban su ganado o sus objetos muy valiosos, él ganó mucho dinero por esa habilidad.
María Francisca, con veinte años, era muy apegada a sus padres; sin embargo, tuvo que salir huyendo de su comunidad. Se dio cuenta de que su novio Luis era un narcotraficante que no tenía piedad de nadie. Ella quería estudiar, pero su prometido nunca la dejó. María se fue sin saber qué rumbo tomar. Se dirigió hacia la ciudad de Tegucigalpa, donde descubrió que podía cumplir sus sueños y sus propósitos de vida.
Al llegar a la capital hodureña lucía un pañuelo rojo para su suerte. María empezó a estudiar e ir a la Iglesia en 1967. A los meses de vivir en la ciudad se encuentra con una linda joven llamada Lucía, que tenía un piedra en su mano, Lucía la miró a los ojos y esta, mordiendo la piedra, le dijo en voz alta: «Te maldigo por el resto de tu vida a que nunca seas feliz».
María, sorprendida, no le tomó mucha importancia. Pensó que la muchacha estaba loca, sin saber que todo lo que le dijo ocurriría. Con el paso de los días ya no era la misma, no se sentía bien; a sus veintidós años tenía una tristeza inexplicable, pero aun así seguía adelante.
Después de ocho años estudiando Medicina en la universidad se graduó, en el año 1973. Estaba muy feliz de lograr sus sueños, de ayudar a los demás siendo doctora. Recordaba lo que hacía siete años le dijo la extraña mujer, pero seguía luchando.
Cuando tenía veintiocho encontró a un hombre muy guapo llamado Carlos García. Con el tiempo se enamoraron y decidieron formar una familia. Se casaron en 1980. Tuvieron cinco hijos. María continuaba triste sin saber el motivo, ya no podía callarlo y le contó a su esposo sobre la maldición que nunca la dejaba ser feliz. Ella solo se sentía alegre cuando atendía a sus pacientes en el hospital o cuando convivía con su familia. El marido la apoyó en todo momento.
La pareja fue envejeciendo y quedaron solos porque sus hijos formaron sus respectivas familias. María sentía que su compañero no estaba nada bien y lo llevó al hospital donde ella había trabajado. Le diagnosticaron cáncer en el estómago, enfermó a tal grado que no podía caminar por el dolor. Ella lo cuidó, a costa incluso de su propia salud.
Los hijos pensaban que su mamá moriría primero porque se miraba más grave que su esposo. Para ayudarla internaron a su padre en el hospital y cuidaron de ella en su casa. La mujer les comentó que no se podía morir por su maldición, no lograba ni pararse de la cama, pero seguía resistiendo. A los días le dieron la noticia de que su esposo falleció el 20 de marzo del 2020 y ella entró en depresión. Luego reunió a sus hijos y nietos para decirles que siguieran adelante, que estaba muy orgullosa de toda su familia, oró por cada uno y los bendijo con el último aliento que tenía: «El día que yo muera no lloren por mí, que ya no voy a sufrir». María falleció el 19 de abril del 2020, un mes después de la muerte de su esposo.
María luchó día a día para poder cumplir sus sueños, metas y propósitos. Fue una guerrera y luchadora. Estoy muy orgullosa de haber tenido una abuela como ella, la admiré mucho y lo sigo haciendo por ser una valiente.