Diana Spencer nunca imaginó que llegaría a ser uno de los íconos más importantes de Inglaterra. Tenía una energía y un espíritu que la llevó a ayudar a los más desfavorecidos de su país y del mundo. Demostró cómo, a pesar de la oscuridad de nuestra humanidad, existía, al menos en su alma, algo de bondad. El hecho de ser princesa le abrió las puertas de la élite global y de los pueblos, pero poco a poco descubrió que hay sentimientos que ni la monarquía puede comprar. 

Todo comenzó cuando, en julio de 1981, Diana se unió a la realeza inglesa mediante el enlace matrimonial con el príncipe Carlos III, el heredero de la Corona británica.  En su momento, fue un tema controversial. Era difícil entender cómo un príncipe de sangre real se había casado con una joven que ciertamente no pertenecía a su clase. No obstante, solo fue cuestión de tiempo para que el público se enamorara de la nobleza de la joven y todos la conocían como Lady Di. Todo fue alegría cuando en 1982 la princesa dio a luz a su primogénito Guillermo de Gales, siguiéndole Enrique duque de Sussex, en 1984. 

Aunque la pareja no había mostrado su verdadera realidad ante el público. A partir de 1986, la prensa sensacionalista británica comenzó a divulgar los indicios de una posible crisis matrimonial. Había rumores sobre dramas e infidelidades entre la pareja. Después de todo, ser princesa no era tan sencillo.

En diciembre de 1992, se confirmó el divorcio entre Diana Spencer y Carlos III. Para firmar los papeles usó un famoso vestido, bautizado como «el de la venganza». Un hermoso traje de encaje, corto y negro, el cual generó bastante polémica entre el sector más conservador, que lo juzgó como inapropiado para una ocasión tan sensible como la aprobación de un documento que daba por acabado un matrimonio.

Este cambio marcó el comienzo de una nueva vida para Diana, un reflejo de esa nueva libertad era que ya no estaba obligada a seguir ciertas normas y costumbres de la monarquía, aunque quedaban distintos problemas personales que la Corona le había ocasionado.

Nacida el 1 de julio de 1961, a sus 36 años la hermosa princesa escapó de su prisión de oro. No obstante, su vida hallaría un final insospechado en un accidente automovilístico, ocurrido en París (Francia), mientras intentaba escapar de las cámaras de los paparazzis junto a su amante, Dodi Al-Fayed, donde ambos perdieron la vida.

Fue una desgracia que impactó dentro y fuera de su país, pues su dulce personalidad le había ganado un puesto en los corazones de muchos. Su muerte para algunos sigue siendo una incógnita, exponiendo a los habitantes de la casa real como posibles responsables de dicho accidente en el que, por casualidad, todos dentro del auto murieron, menos su guardaespaldas.

La princesa Diana fue ejemplar, por su transparencia y humanidad. No tuvo un final feliz como en cualquier cuento de hadas, esos de castillos y princesas. El caso de Lady Di muestra la rigidez y la complejidad del sistema monárquico. Ella nos enseñó cómo una mujer con una personalidad bien definida, puede ser relevante para el planeta entero, dejando una huella de gran valor en la historia.