Desde el fondo a la cima
A sus veinticinco años Carolina Patiño partió de su natal Colombia ante la falta de oportunidades y los problemas económicos. Emigró a Panamá, junto a su esposo e hijas. Abandonó su trabajo de enfermera y el lugar donde habitaba, porque no era seguro ni rentable. Con la esperanza de encontrar mejores condiciones y un futuro brillante, la familia dejó atrás todo lo que conocía y se entregaron de lleno a su nuevo inicio, pero en el Istmo les tocó enfrentar una dura prueba que no imaginaban.
Para todos fue difícil el nuevo comienzo porque, al principio, la situación los superaba por mucho. Pero contaban con el apoyo de la hermana de Carolina, quien les compartía su casa. Además, el padre empezó a trabajar al poco tiempo. La madre se ocupaba de los quehaceres del hogar, como agradecimiento a su hermana por permitirles quedarse con ella.
Pero no duró mucho la tranquilidad. El lugar se hizo muy pequeño para tanta gente y los malentendidos surgían de par en par, razón por la cual Carolina y su esposo decidieron mudarse. En este cambio la invadió el temor, ya que no tenían certeza de si habría algo de comer para el día siguiente.
Todo estaba a punto de complicarse para aquel clan, pues, aunque poco a poco consiguieron establecerse y mejorar su estilo de vida, su realidad tomó otro rumbo cuando la salud de Carolina empezó a decaer. Al principio le dio poca importancia, pero el constante cansancio, los dolores y los malestares empezaron a afectarla. Como era enfermera, y frente a sus síntomas, ya tenía una idea de lo que podía ser: sospechaba que tenía lupus. Su mal presagio empezó a apoderarse de ella. La llevaron al Hospital Santo Tomás y allí le dieron el diagnóstico, que coincidió con lo que ella temía.
El lupus, también conocido como lupus sistémico crónico, es un enemigo silencioso para la salud, que afecta hasta el 40% de la población e impacta de forma dramática la vida de quienes lo padecen. Se trata de una afección autoinmune la cual provoca que el propio sistema inmunitario ataque las células y los tejidos sanos del cuerpo, ocasionando daños a órganos como la piel, los riñones, el corazón y el cerebro. Quizás lo más dramático de esta enfermedad es que no tiene cura.
Aquella mujer de corazón perseverante estaba padeciendo su primer cuadro clínico de lupus tipo nefrítico. Fue internada y después de quince días regresó a casa. La noticia de que la enfermedad es incurable fue un golpe para todos. Empezó a ser alguien frágil que necesitaba atenciones especiales y que no podía consigo misma. Esa no fue la última vez que su estancia en el hospital se prolongaría.
Le dieron un tratamiento que consistía en tomar unas pastillas que, a su vez, causaban múltiples efectos secundarios. Hubo momentos en que sintió que su cuerpo no era suyo. Sus emociones estaban a flor de piel, y no tenía la capacidad para lidiar con ellas, porque el hecho de no poder pararse de la cama por el dolor y que sus hijas la vieran así le abrumaba su ser.
Todo esto llevó a su esposo a trabajar en varios lugares para balancear las cuentas solo, pero la economía fue decayendo. Ahora se planteaban la posibilidad de regresar a su tierra natal, sin embargo, ya no contaban con ninguna de sus pertenecías allá. Todo lo habían vendido, sería otro comienzo desde cero para el cual no estaban preparados.
La fuerza y perseverancia sacudieron a Carolina. No lo iba a permitir. Logró estabilizarse con el tratamiento y tomó las riendas. Consiguió empleo como planchadora, aunque no era lo mismo que ser enfermera, fue muy pesado. No se rindió.
Cuando todos ya estaban un poco equilibrados en su nuevo hogar, Carolina buscó otro trabajo y obtuvo uno como administradora en una abarrotería. Dos años después fue gerente de una panadería, a esto le siguió gerente de una pizzería, gerontóloga y otros trabajos más, demostrándole a todos que el lupus no era lo único que tenía y, mucho menos lo que la definía como persona, porque, así como es mujer, es madre; así como es madre, es esposa; así como esposa, es hija; y así como es paciente, es sobreviviente.
Porque desde el fondo a la cima el camino es más largo y se necesita más que suerte. Hace falta ser valiente, resiliente y fuerte. De Carolina aprendemos que no se llegará al destino anhelado sin dar el primer paso, y ese suele ser el más difícil.
Muy bien contada tu crónica, Ana Sofía.
Tan solo te haría dos comentarios puntuales. Lo primero sería potenciar un poco más el inicio, darle algún toque humano, y no solo mencionar datos (40% de personas afectadas por esta enfermedad).
Con tus palabras, podrías tratar de dar indicios de que tu crónica es sobre el valor humano, y no solo sobre una enfermedad…
Podría ser algo así…
Aunque pocas personas lo saben, hay un enemigo silencioso de la salud que afecta hasta el 40% de la población, impactando de forma dramática la vida de quienes padecen esta enfermedad, como le ocurrió a una joven de 25 años que se trasladó a Panamá buscando mejores condiciones, pero acá le tocó enfrentar junto a su familia esta dura prueba.
Como ves, mencionas la enfermedad, pero haces también referencia al factor humano, que es realmente el centro de tu crónica.
Adicional, veo que divides muy bien el contenido de la historia en párrafos cortos de ideas separadas. Pero no lo haces así en el cuarto párrafo, que inicia con: Para todos fue difícil porque al principio…
Y allí mezclas varios temas como: Carlina ayuda a su hermana; luego pasas a otra idea cuando Carolina comienza a manifestar síntomas; y sigues con la confirmación del diagnóstico (todo en un largo párrafo).
Seguro podría ser más entendible para el lector si lo divides en tres párrafos cortos, como sí lo haces en el resto de tu buena crónica.