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Fue el 10 de noviembre, cumpleaños de mi amada abuela. Era una tarde bastante tranquila, estábamos platicando en familia, cuando mi tía contó algo sobre su viaje a Ecuador que nos hizo estallar de la risa; tanto, que a todos nos dolía el vientre de las carcajadas. En ese instante mi hermana y yo nos miramos a la cara extrañadas y ella dijo: «Ali, ¿por qué cuando reímos, nuestras caras se ven como si fuéramos chinos?».

Le contesté: «Vamos a investigar». Entonces me acerqué y le pedí a mi mamá: «¿Puedes decirme cómo se formó nuestra familia?». Ella amablemente se volteó hacia mí y me mencionó: «Bueno, lo que tu abuela me contó cuando era pequeña fue que su mamá, Paula, a una edad muy joven se casó y tuvo a sus tres hijos, dos niñas y un varón; y era muy feliz. Ella conoció a su esposo en los tiempos en que los chinos llegaron para la construcción del Canal. Era una relación bastante complicada, ya que mi abuelo tenía sus tradiciones y costumbres, pero siempre la amó. Lamentablemente, él falleció y mi abuela quedó sola con los hijos. Después, la familia de mi abuelo se acercó a mi abuela para que tomara una decisión muy importante: ir a China a vivir con sus pequeños o permanecer en Panamá. Ella decidió quedarse».

No me sentía conforme, quería saber qué más había de mi familia que ignoraba; imaginé que muchas más historias maravillosas.

En ese momento fui donde mi abuela Luzmila Yee y le pregunté lo mismo que a mi madre. Y me dijo con su sonrisa más dulce y sincera: «Bueno, después de que mi madre tomara esa decisión de quedarnos en Panamá, estuvimos en Barraza, en El Chorrillo, donde pasé gran parte de mi niñez y juventud y ayudé mucho a mi mamá, quien se volvió una mujer muy disciplinada y siempre nos enseñó a ganar nuestro dinero de manera justa y honrada. Ella hacía tortillas y empanadas, mientras que yo las vendía (aunque a veces me quedaba jugando y se me olvidaba ja, ja, ja); pero siempre fui una niña trabajadora hasta que terminé mis estudios. Me casé y tuve tres hijos, tu mamá y tus tías; al final cada una de ellas tomó su camino y bueno, ahora estoy jubilada y con nueve nietos y dos bisnietos». 

Después de escuchar la historia de mi abuela Mamita (como le decimos de cariño) fui a ver a mi mamá nuevamente. Estaba sentada con mis tías, así que les pregunté sus historias.

Empecé en orden cronológico con mi tía Nisla Ramos, la mayor. «Bueno, cuando era pequeña mi mamá era bastante disciplinada, pero siempre nos apoyó en todo. Aunque fuimos niñas de casa y nos cuidábamos, a la edad de diecisiete terminé embarazada de mi primera hija Desh; dejé mis estudios y empecé a trabajar, pero no quería estar así y me dije a mí misma que deseaba ser un ejemplo de superación para mis hijos. Hice los años de bachiller que me faltaban, empecé a pagarme la universidad y salí graduada con honores. Tuve a mi segundo hijo y aquí estoy a mis cincuenta años aún trabajando y echando para adelante», detalló.

Luego fue el momento de mi mamá Nadiuska Ramos: «Yo también me embaracé joven, sufrí mucho abuso de parte de mis exparejas. Vivíamos en una casa de madera muy pequeña, pero trabajé con mis tres hijos hasta que, bueno, llegaste tú y ya las cosas habían mejorado. Tuve a Paulín y, a pesar de que la vida me ha quitado a mi querido hijo Joshua, seguimos luchando».

Después habló mi tía Veruschk de Gracia: «Con mucho esfuerzo y dedicación pude terminar mi carrera, me decidí a estudiar ciencias y me gradué, me convertí en enfermera y actualmente soy jefa de enfermería. Tuve dos hijas, aunque por culpa del virus y la pandemia tuve que alejarme de ellas para no llegar muy tarde de mis turnos, pero siempre trato de estar con ellas y con mi familia». 

En ese momento las veía a todas, mi abuela, mi mamá y mis tías, como mis heroínas. Son mujeres que van a inspirarme durante el resto de mi vida.

Victoria, Teresa, Milagros y Anais. Cuatro historias de mujeres que rompieron las barreras que encontraron en sus caminos.

Victoria Díaz es una señora de 52 años cuya niñez no fue fácil. Sus padres se separaron y su madre no contaba con suficientes recursos, por lo que la entregó a su abuela. Ella relata más detalles de su vida: «Tenía que ayudar a mi abuela en una fonda y logré salir adelante. Estudié primaria en el colegio Amelia Denis de Icaza, el segundo ciclo lo realicé en el Ricardo Miró y me gradué en el I. P. T. de Comercio, Bachiller en Contabilidad con Énfasis en Inglés. Me superé con honores porque quería ser una buena estudiante y así fue. Me desempeñé como suplente de representante de corregimiento, debido a que me apasiona mucho la política y me gusta apoyar al más necesitado, disfruto de ayudar a familias de escasos recursos para que puedan pasar una hermosa Navidad o un bello Año Nuevo».

Teresa Martínez. Mujer trabajadora, alegre, honesta y apegada a sus ideas; muy buena y respetuosa con los que ama. Es mandona, pero dice que por una buena causa. Y es una luchadora que no se rinde a pesar del abandono de dos hombres. Trabaja mucho y aunque a veces no le alcanza para las cuentas, se asegura de que no les falte nada a sus hijos. Es para mí la mejor mujer del mundo y siempre ha estado en los momentos más difíciles y dolorosos de mi vida. Nació como la segunda hija de mi abuela, madre soltera, vivió hasta los catorce con su madrina quien era muy mala con ella; humillaciones y malos tratos eran parte de la vida de mi madre hasta que regresó a vivir con mi abuela de nuevo.

Milagros Yarleque Cardoza tiene cincuenta años. Es peruana, proviene de una familia campesina. A los quince su padre falleció y quedó a cargo de su madre. Supo sobrellevar las situaciones y salió adelante. Hace un tiempo le dio un derrame cerebral, la mitad de su cuerpo quedó paralizado, estuvo hospitalizada diez días. Lleva tres años en terapias y su rehabilitación es muy favorable, ya que puede realizar tareas del hogar con una gran habilidad.

Anais Pérez nació en la provincia de Veraguas, estudió en la escuela República de Venezuela, en la cual se graduó. Su niñez no fue la más sencilla o más feliz, pues en ese tiempo no había mucho para comer. «Mi abuelo era el único que trabajaba, mi madre ayudaba en la casa y se esforzaba para salir adelante y cumplir sus metas, sueños y ambiciones», menciona. Años después consiguió un puesto como encargada de los juicios y comisiones en la Corregiduría de San Miguelito donde laboró hasta su jubilación. Hoy se enfoca y preocupa por sus dos hijos próximos a graduarse en Contabilidad y quienes asisten a las prácticas de graduandos.

Nadina Iglesias, una mujer nacida el 29 de junio de 1955, desde su niñez hasta hoy ha estado participando en las actividades folclóricas y religiosas de su provincia natal, Darién.

Como toda pequeña amante de las costumbres de su pueblo, empezó a involucrarse en las actividades recreativas de la escuela primaria y secundaria, aparte de convertirse en miembro del coro de la iglesia como solista principal.

Los años pasaron y terminó siendo una maestra dedicada, al servició de escuelas como Nicolle Garay, en Quebrada Ancha de Alcalde Díaz; María del Rosario Salazar, en Cerro Batea; y Estado de Israel, en San Miguelito, donde laboró durante sus últimos años.

En esta última escuela se le confió organizar diferentes actividades artísticas como concursos de declamación y conformar un grupo folclórico basado en bailes del Darién, entre otras. Por estas contribuciones mereció un premio como profesora del año.

La mayoría de sus compañeros educadores estuvo de acuerdo con su reconocimiento, pero para la sorpresa de todos, rechazó el galardón y se lo entregó a la maestra más antigua del plantel, ya que sentía que aquella lo merecía mucho más. Este acto hizo que se ganara varias rondas de aplausos por parte de sus colegas al igual que su cariño, e incluso se le concedió otro reconocimiento por sus años de trabajo.

Ella se considera una mujer alegre, chistosa y de buen carácter, pero sus colegas la describieron de otra manera. Dijeron que era una mujer respetable, que inspira, de bellas metas y grandes sueños, como cuando empezó a ensayar con niños y jóvenes de varias escuelas para los Juegos Florales, un certamen que premia composiciones poéticas. Contaron que las prácticas fueron duras, que hubo dificultades, pero que al final todo ese esfuerzo valió la pena, ya que obtuvieron el primer lugar para el entusiasmo de todos, sobre todo de Nadina, quien vio cómo sus alumnos ganaban y demostraban sus talentos al público.

También hicieron parte del Concurso Manuel F. Zárate, otro certamen estudiantil folclórico orientado a la habilidad de los jóvenes en los cantos de mejoranas, cantos religiosos, salomas, gritos, entre otros.

Perteneció al Coro Polifónico para representar a Panamá en una gran gira coral, en la que estuvieron más de mil voces, siendo Panamá y Estados Unidos los únicos países representantes de América. Cantaron en el Vaticano y luego en la Organización de las Naciones Unidas, en Estados Unidos, donde fueron felicitados y premiados.

Por último, durante su jubilación en 2008, organizó un pequeño conjunto de bullerengue para la tercera edad en San Miguelito, donde varios adultos disfrutaron la bella experiencia de bailar una de las danzas de la provincia de Darién.

Amy Enith Ortega fue la primera hija de su madre, una mujer que no había terminado sus estudios, mientras que su padre era un trabajador de avicultura en una empresa agroindustrial. 

Nacida el 29 de diciembre de 1982, al cabo de unos años nace su hermano varón, un bebé sano; pero transcurridos unos meses el pequeño es diagnosticado con síndrome convulsivo y riñones poliquísticos, con lo que desarrolló múltiples afecciones que le impedían caminar o coordinar su sistema psicomotor. Any se vio obligada a pasar días enteros al cuidado del pequeño, ya que sus padres se dedicaban a trabajar y a los oficios del hogar.

Asistía desde temprano a su colegio. Se levantaba a las 3:30 a. m. para salir a sus clases, mientras su hermano quedaba con su abuela. De regreso, Any se encargaba de preparar la comida para ella, el pequeño y su padre, ya que su madre había decidido irse de casa a vivir con una hermana.

Al pasar los años Any se graduó de bachillerato y después de un tiempo nacieron sus tres hijos. Tenía dos trabajos, uno de medio tiempo como recepcionista en una clínica odontológica y otro haciendo arreglos de cumpleaños, los sábados y domingos, todo con el fin de ayudar a su hermano menor.

A la edad de 36 Any pierde a su hermano debido a que su enfermedad genética y sus demás afecciones empeoraron. Abatida, solamente pudo buscar consuelo en sus hijos y su esposo, pues su relación con su madre no era buena; el hecho de que no se hablasen durante años empeoraba cada vez más su relación.

Su padre, también afectado, no podía darle muchas palabras de consuelo a su hija, pero Any supo reponerse en aquel momento para poder ser alguien y ayudar a los suyos en aquel momento.

Después de lo ocurrido y tras muchos años separadas, Any se reconcilió con su mamá. Esto le trajo un poco más de paz y cambios positivos debido a que esa situación la afectaba emocionalmente. Luego supo que la mujer estaba en la etapa final de cáncer de piel. A pesar de haber sido abandonada por su progenitora, logró perdonarla y ayudarla hasta sus últimos momentos. La madre falleció a los dos meses, el cáncer había hecho metástasis y afectó sus órganos internos vitales.

Actualmente Any, mi madre, tiene 39 años y es voluntaria en el organismo de la Cruz Roja Panameña.