Vanessa destacaba en su comunidad. Tenía el cabello dorado, lo llevaba corto. Eso la hacía lucir diferente al resto, no solo en la apariencia y estilo sino en su personalidad. Entre sus particularidades está que ella tenía interés en el cerebro humano, por lo que no fue casualidad que estudiara psicología.
Creció en el Golfo de Montijo, Veraguas. A lo largo de sus años escolares solo se enfocó en obtener buenas calificaciones.
En el año 1998, a principios de su segundo año de secundaria, le ofrecieron una beca que pagaría todas las cuotas de una nueva escuela, sin embargo se vio obligada a rechazarla. Ella provenía de una familia muy tradicional, donde las mujeres dedicaban sus vidas a servir a los hombres, no estaban destinadas a pensar por sí mismas. Mientras que los hombres tenían derecho a hacer lo que quisieran y cuando quisieran.
Esa realidad hizo que Vanessa tuviera una perspectiva diferente sobre las conductas tradicionales de hombres y mujeres en su comunidad. Ella creía que cualquiera podía hacer lo que quisiera sin importar su género o situación económica general.
“Las mujeres pertenecen a la casa y los hombres son de la calle. No tienes nada que hacer ahí afuera, Vanessa”. Esas palabras empalaban a Vanessa por el pecho. No podía ser que su madre creyera arduamente en eso.
“Te casarás y tendrás muchos hijos”, le solían decir. Vanessa no quería eso. Pero, ¿qué quería ella? Ni ella misma lo sabía. Solamente quería salir de ese “hueco” al que llamaba hogar.
Aquel respeto que sentía por sus padres se iba desvaneciendo de tantos abusos a los que la exponían junto a sus hermanas y hermanos. Llegó a pensar que sus padres eran solo los seres que le dieron la vida, nada más.
Escapar de la tradición
Ella prometió nunca forzar alguna creencia en alguien, ni en ella misma. Con todos esos sentimientos, la fría madrugada del 8 de octubre del año 2002 se dijo:. “Me quiero ir de aquí y más nunca volver” y se fue de Veraguas, rumbo a la ciudad.
Dios siempre fue una parte de su vida durante los años que permaneció en Veraguas, pero las situaciones en las que estuvo en la ciudad de Panamá hicieron que se alejara de Él. Nada la preparó para lo que iba a vivir ahí.
Vanessa tuvo que ganarse la vida haciendo trabajos de limpieza y cuidando ancianos o niños. Le tocó vivir en barrios alejados.
En esos andares conoció a una amiga que la ayudó a conseguir un trabajo más estable, y le dio un lugar para dormir. Sin embargo, hubo un punto donde consideró volver a Veraguas, pero ella no se quería rendir tan fácilmente.
Los frutos
Si un día vuelve, no será con las manos vacías, pensaba para sí. Trabajó y trabajó hasta poder pagar una universidad. Poco después, logró graduarse en la carrera de psicología.
Por un tiempo trabajó en una compañía donde le asignaron un puesto como psicóloga y durante esas jornadas estuvo expuesta a muchos sentimientos que emanaban de los empleados que ella atendía. “Era como ver una película, muchas películas, y a veces perdía el sentido de la mía”, decía.
Unos años más adelante, durante el 2014, ella ya tenía su vida hecha. Tenía 2 hijas y un maravilloso esposo que la apoyaría en cualquier decisión que tomará.
El reencuentro
De alguna manera, una de las hermanas de Vanessa logró contactarla después de 12 años.
—“Dije que no volvería”, repetía Vanessa una y otra vez.
—“Papá y Mamá no tienen nada de comer, fijate, no te quedes de brazos cruzados”, insistía su hermana.
Vanessa estaba sorprendida por la preocupación de su hermana hacia sus padres a pesar del maltrato que habían vivido.
Pero padres, ¿padres son, no?, se dijo a sí. Así que decidió dar apoyo económico. Incluso accedió a dar una visita junto con su propia familia, pero nada la preparó para lo que iba a ver de vuelta en el Golfo de Montijo.
Toda la casa estaba sucia y en muy mal estado, incluyendo infestaciones de bichos y de gusanos. Vanessa odiaba los gusanos desde que tenía memoria. Eso hizo que Vanessa sintiera cierta obligación de cooperar para mantener a sus padres y ayudar para mantener las propiedades en buen estado.
Pero volver a Veraguas fue un encuentro con el pasado. “A veces, hay experiencias que se llevan lo malo y lo bueno de una vida.” y es interesante ver qué regresa hacia nosotros después de cierto tiempo.
Ayudar al prójimo
En 2016, Vanessa empezó a ayudar a los que pertenecían al Golfo de Montijo, ya que afortunadamente tenía buenos ingresos. Cooperaba con las familias para traer alimentos o mandarlos, incluso para comprar artículos que necesitaban.
A diferencia suya, los otros hermanos de Vanessa nunca dieron la cara, suponiendo que el Golfo de Montijo era algo que ellos querían olvidar. Ella perdonó y olvidó, no tenía sentido quedarse con ese resentimiento.
En 2019, su esposo falleció de cáncer y fue un gran impacto tanto para ella como para sus hijas, poco después apareció la pandemia del COVID-19. Eso detuvo sus visitas al Golfo de Montijo.
Mientras, se preocupaba a menudo por lo que cuando levantaron restricciones y se flexibilizó el distanciamiento social, ella no tardó en planear su próxima ida.
Para mí, ella es más que una muchacha que quería ayudar. Es alguien que estaba destinada a algo mucho más grande pese a las limitaciones que impusieron sus padres. Vanessa es mi madre a quien admiro y respeto infinitamente por, no solo criarme a mí y a mis hermanas, sino por ser capaz de superar situaciones sin ningún tipo de ayuda y tener la empatía que le faltó a los demás.
Hasta el día de hoy mi hermana, mi mamá y yo visitamos ese lugar apartado, de donde vino mi mamá, de un rincón de Veraguas.