La última escalada de Don Camilo
Son las 3:00 a. m., incluso por la ruta más simple, el ascenso al volcán Barú toma tiempo. Aunque es posible subir en cualquier momento, la vista perfecta no espera: es necesario escalar antes de que la luz solar caliente la Tierra y los dos océanos sean cubiertos por las nubes.
En esta aventura somos un grupo familiar: Juan Diego y Pipe, quienes vienen por supervisión nuestra; mi madre y hermana, mi tío paterno Niki, la tía abuela Ana y el abuelo Camilo, el más emocionado por nuestra excursión y uno de los primeros que se adentra en el frondoso pulmón natural, ansioso de que su prole vea el alba junto a él. Es él quien estresa a mi madre a las 3:30 a. m. diciendo que vamos tarde y que a nadie se le quede el abrigo; el resto estamos felices y trasnochados.
Transcurrida aproximadamente una hora nos encontramos en la plaza de Los Establos, un auto todoterreno nos llevará hasta la cima del volcán. También se puede subir caminando. En ese caso, la travesía comienza a la 11:00 p. m. del día anterior, desde Cerro Punta, se llega de madrugada a dormir hasta que el preciado sueño se interrumpe al comenzar el alba. Pero la mitad de nuestro grupo no podría realizar este retador ascenso, especialmente don Camilo.
En el vehículo el trayecto es agitado. Por más que ese camino ha sido recorrido cientos de veces, el clima nunca lo deja asentarse realmente, sigue siendo solo lodo y piedras; aunque, evitar romperse la cabeza con una ventana, por el jamaqueo, no hace el viaje menos ameno.
La señal de radio no llega, así que las historias de don Camilo nos desvían del aburrimiento, son sobre sus pasiones: la naturaleza, la fotografía, la caza y la aventura; sobre todas las tribulaciones al pasar por esta misma carretera, cuando subieron un auto por primera vez, y otras anécdotas más.
Casi a las 7:00 a. m. nos detenemos en un mirador que apunta al amanecer. La inmensidad del cielo donde se escurren los colores nunca deja de aportar ideas maravillosas a la imaginación. En ese instante, todo el grupo se junta para una foto. Ya falta poco para alcanzar la cumbre, pero, irónicamente, los pies ya no se aguantan; sin embargo, se sienten las ansias energizantes de ver ese gigante desde la altura, observar donde hace 500 años una explosión moldeó la región y compartir la belleza con otros cientos que llegan a pararse junto a la famosa cruz blanca, que indica estar en la cima del volcán Barú a 3474 metros sobre el nivel del mar.
A las 8:00 a. m. llegamos a la punta. Cuánta decepción ver opacada la belleza del paisaje por las antenas y las piedrecillas alrededor; no obstante, quedamos fascinados con los frondosos arbustos que ocupan la ladera y los pájaros cantando en las caídas del volcán. El grupo sube para ver la cruz, pero don Camilo no, prefiere sentarse en la garita de seguridad y admirar por última vez el paisaje que observó cambiar con el paso del tiempo.