Lorena tenía quince años cuando sus padres la corrieron de casa porque salió embarazada. La adolescente vivía en Bluefields, una ciudad de la Costa Caribe Sur de Nicaragua. En ese momento de angustia decidió viajar a Managua, la ciudad capital de nuestro país, para iniciar una nueva vida alejada del calor del mar y de sus progenitores.
En la urbe vivió días de penurias junto a su pequeño hijo. Para poder obtener un poco de dinero se dedicó a la venta de arroz con leche, enchiladas (tortilla de maíz con ensalada y frijoles), repochetas (carne de res, vegetales y arroz) y refrescos que luego comercializaba por algunos barrios de Managua.
Un día se reunió con una vecina de la comunidad de Ayapal y decidieron gestionar un préstamo en un programa gubernamental. Con el dinero que obtuvo instaló un comedor, al tiempo su venta de alimentos alcanzó bastante éxito. Luego se ocupó en la comercialización de perfumes. Con las ganancias que obtenía de sus establecimientos logró alquilar una casa.
Al pasar de los años doña Lorena conoció a don Ernesto, un comerciante originario de Jinotega, quien siempre que viajaba a Managua iba a comer a su negocio. Más adelante, este mercader se convirtió en su pareja. Al cumplir la mujer sus 36 años y él 40 empezaron una relación amorosa, la cual contaba con el apoyo de su hijo que ya era todo un joven.
En el nuevo hogar nació una niña. La pareja tenía que trabajar más fuerte para poder sustentar los gastos de los estudios de sus muchachos. En la búsqueda de nuevos ingresos instalaron una refresquería que ubicaron a la par del negocio comedor, bautizado como Lorena. Su clientela aumentó, al igual que sus ingresos, y gracias al buen manejo de sus finanzas lograron saldar sus deudas y obtener más préstamos en instituciones financieras para llevar a cabo otros proyectos.
Hoy en día sus dos hijos son grandes profesionales debido a su esfuerzo de trabajo. Esta mujer siempre venció los obstáculos que se les presentaron en el camino. Recuerda que le tocó iniciar de cero, pero nunca desistió en su empeño de superación, porque tenía siempre en su mente salir adelante.
En el barrio el Ayapal fundó una miscelánea. La nombró La Bendición, como muestra del agradecimiento a Dios por todo lo que recibió. También se expandió con tiendas al Mercado Oriental, catalogado como el mercado popular más grande de Nicaragua.
Sus herederos se sienten orgullosos de ver a su madre convertida en una exitosa microempresaria. Una mujer que superó las adversidades de la vida, como no haber contado con el respaldo de sus padres, quienes la estigmatizaron en su adolescencia por salir embarazada.
El tiempo hizo sanar esas heridas del alma de Lorena con sus progenitores. Ahora mantiene una buena comunicación con ellos y reconoce que esos golpes lograron forjar en ella su carácter hasta convertirla en una mujer fuerte.