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Esta historia comienza con don Guillermo Gámez y doña Gloria de Gámez, ellos residían en La Ceiba, departamento de Atlántida. Cuando Iris Juventina nació, ya la familia Gámez tenía cuatro hijos mayores; ella solo conoció a dos. Don Guillermo en esa época era sargento de la Policía y ofrecía sus servicios en la cooperativa de la ciudad, por eso la niña solo lo veía una vez por semana.

Tiempo después la madre toma la decisión de trasladarse sola a Tegucigalpa. Don Guillermo vende sus terrenos y se muda a su pueblo natal con sus hijos; en este lugar solo vivió un año, durante el cual Iris Juventina vio cómo sus hermanos abandonaban el hogar que el padre con mucho esfuerzo intentaba mantener solo. La precaria situación que vivían era asfixiante, deprimente. Aquel hombre fuerte iba perdiendo el brillo de sus ojos que tanto lo caracterizaba.

Cuando Iris cumplió cinco años, su padre viajó con ella y su hermana menor a Tegucigalpa en busca de doña Gloria, con el objetivo de que ella las cuidara por un tiempo mientras él solucionaba unos problemas; para mala fortuna, la madre no era muy cariñosa con las niñas y rápidamente buscó al padre para que regresarlas. En casa de don Guillermo solo estaba su madrina, quien sintió horror y tristeza al ver a las dos niñas escuálidas enfundadas en harapos sucios y pies descalzos.

Tiempo después don Guillermo se encontró a un primo que lo invitó a su casa y cuya esposa, al querer ayudar, se ofreció a cuidar a una de las dos pequeñas. Eligió a la menor, pero esta no logró adaptarse a la nueva familia, entonces decidieron quedarse con Iris, quien terminó viviendo con el matrimonio y se separó definitivamente de lo que una vez fue su familia.

Iris Juventina Gámez tenía la esperanza de que en ese nuevo hogar su vida fuera más fácil. Al llegar a la secundaria trabajaba por las tardes para poder pagar sus materiales escolares, además ayudaba en los quehaceres del hogar que la había acogido. En todo ese tiempo ella comprendió que no importaba la adversidad; si se esforzaba, no habría situación que no pudiera superar.

Su  pasado hizo que la madurez floreciera a una edad muy temprana. Sacrificando su niñez, logró tener un temple de acero para su futuro y dar a sus hijos el cariño y la seguridad que de joven nunca tuvo.

    

El 5 de septiembre de 1959, en una comunidad del municipio de Maraita, situada a 50 km de Tegucigalpa, Honduras, nació Cándida Rosa. Hija de campesinos, desde su infancia fue obligada a realizar tareas de adultos y a madrugar para alimentar a varios jornaleros y cuidar de sus hermanos menores. A menudo era castigada cruelmente, sus cicatrices atestiguaban los malos tratos que recibía de su padre. Producto del excesivo esfuerzo, a los nueve años desarrolló dos hernias y otras enfermedades que la afectaron a lo largo de su vida. Su madre trataba de protegerla, pero ella también era maltratada físicamente, además padecía de artritis y tenía una vida difícil.

Venciendo muchos obstáculos Cándida asistió a la escuela. Al momento de seguir sus estudios la única posibilidad era trasladarse a la ciudad, pero ya sabía que en la casa donde pensaban hospedarla podría ser abusada y no estaba dispuesta a someterse a situaciones peores a las que ya había vivido. Este punto fue muy complejo, porque interrumpir su formación fue una decisión que la marcaría para siempre, por eso se prometió hacer hasta lo imposible para que sus hijos pudieran prepararse.

A los diecinueve años se casó y tuvo cinco hijos, a quienes nombró Rafael, Angélica, Domingo, Mirna y Johana, en ese orden. A pesar de sus complicaciones de salud y la pobreza extrema en que vivían, se aseguró de educar a sus retoños de otra manera, sin abusos, con mucha paciencia y amor, contrario al trato que ella había recibido. Con un nudo en su garganta, pero al mismo tiempo muy determinada, vio partir a sus hijos rumbo a la ciudad, cuando eran todavía jóvenes.

Cándida Rosa se comunicaba con ellos a través de cartas. Se notaba confianza y cariño a través de esas letras pensadas para animar y acuñar los valores que ella inculcó. Con toda clase de dificultades sus hijos se graduaron, los esfuerzos y anhelos de la abnegada madre se vieron realizados, y con ello se reventaron cadenas de tristeza para dar paso a un nuevo capítulo.

La orgullosa madre también se realizó de otras maneras. Sin proponérselo, en todos los lugares que vivió puso a disposición su enorme vocación de servicio, su nobleza y calidez humana. No importaban sus limitaciones económicas, siempre se las arregló para ayudar a quien lo necesitara.

Y después, a pesar de que sus padres la trataron como una hija fracasada, los cuidó sin reproches, no guardó rencores ni odios contra nadie, era consiente de que su ejemplo de vida era la mejor herencia que podía ofrendar a sus hijos.

La mujer fue diagnosticada con lupus en una etapa avanzada, apenas logró conocer a su primer nieto. El 21 de noviembre de 2006 fue hospitaliza por última vez y cuatro días después cerró sus ojos definitivamente. A su funeral llegó tanta gente, que, al menos por unas horas diluyó el dolor de sus hijos. En cuanto a mí, solo puedo decir que me habría encantado conocer a mi abuela.

   

Ella nació en un pueblo de Santa Bárbara por 1972, creció con seis hermanos, realizó su educación primaria en la escuela Dolores Sabillón. A los once años emigró a la ciudad capital con la intención de seguir su formación, pero le fue difícil porque sus padres eran de bajos recursos.

La joven empezó a trabajar como empleada doméstica a sus doce. Hubo un jefe que la animó a estudiar durante la noche, así pudo graduarse de la carrera que ella deseaba más adelante.

En el trayecto de su vida se le presentó otra oportunidad de empleo. Una compañera de estudios la invitó a dejar su currículum en una oficina, donde les pareció interesante. Al día siguiente la llamaron y comenzó el nuevo trabajo, donde se superó un poco económicamente. También seguía estudiando, transcurrieron tres años y se graduó de Perito Mercantil y Contador Público.

La joven continuó creciendo en su trabajo y ahorró para comprar un establecimiento donde desarrolló su propia empresa, en 1993, año en que conoció a un joven con quien se casó y tuvo a su primer hijo dos años más tarde. Siguió sus estudios en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en el año 2000 se matriculó en la carrera de Ingeniería Industrial, pero la abandonó para poder seguir con su negocio; sin embargo decidió terminarla en el 2013.

En 2010 nació su segundo hijo. Esta dama ha salido adelante con sus propios esfuerzos, demostrándoles a sus retoños los valores más importantes como respeto, honestidad, responsabilidad, disciplina, solidaridad, integridad, sociabilidad, cristiandad, honradez, puntualidad, amor, deseo de superación y compromiso hacia ellos que la hicieron una mujer fuerte, servicial, capaz de enfrentar todos los obstáculos que se le presentaron.

La mujer se demostró a sí misma que tenía mucho camino por recorrer y suficiente coraje para seguir adelante. Se olvidó de sí misma y dio lo mejor a sus hijos: el talento y la humildad.

Hoy esta linda dama, mi madre, quiere seguir adelante con la ayuda de Dios.