Crónica sobre una persona de éxito

Aquel 21 de diciembre de 1995 fue, por decirlo así, un día particular, mágico e inolvidable. Me senté en el auditorio de la universidad, jamás en mi vida pensé estar aquí, los asientos muy cómodos, la elegancia de la decoración; para mí, una mujer que apenas pude obtener un certificado de primaria… No recuerdo haber sentido tanta dicha y orgullo en toda mi existencia.

Un repentino abrazo me sacó del anonadamiento, era ella, mi niña, mi mundo, mi todo. Annette pudo notar una lágrima que se quería escabullir de mis ojos; inmediatamente secó esa lágrima diciendo al mismo tiempo:

―A ver, Doña Estela ―dijo― usted, mi valiente mamita, no se me va a poner a llorar ahora.

― ¡Claro que no mi amor!, es simplemente que me siento tan feliz de verte graduada.

Annette me contó lo difícil que fue obtener la licenciatura; de la severidad de los profesores que, aunque muchas veces le hacían llorar, estaba agradecida con cada uno de ellos. La dureza con que la evaluaban; le recordaba a diario que era para forjarla como una persona de éxito; que el esfuerzo, la constancia y disciplina darían posteriormente sus frutos.

La situación se tornó complicada, justamente graduándose, Annette iba perdiendo paulatinamente la audición y aunque eso me destrozaba el alma, siempre la animaba y jamás la trataba como una persona con una discapacidad. Ella sufría, pero en el fondo sabía que tenía que luchar y seguir adelante. A mi niña nada la detenía, tenía claras sus metas, para ella la adversidad es un reto que disfruta vencer.

Nunca pierde la alegría y se le metió en esa cabecita testadura e inquieta, que debía conseguir el siguiente título; así que decidió trabajar de noche en un autobaño. Salía los sábados a las 6:00 p.m. para el trabajo, el domingo salía a las 7:00 p.m. directo para la universidad y, aunque se había trasnochado, siempre venía muy contenta con su frase: “vengo a ver qué plato me preparó la mejor chef del planeta; es que siempre lo he dicho, usted les gana a todos esos que tienen un programa de cocina en la televisión”.  Ella hacía que me preocupara menos verla trabajar hasta la noche.

Por fin logró terminar el profesorado en educación y ahora era tiempo de la práctica profesional. Para entonces ya había perdido un 50% de su capacidad auditiva. Se dio cuenta que tenía que aplicar nuevas estrategias que le permitieran enseñar aun con su pérdida auditiva. Para mi asombro, sus colegas me comentaban que Annette era tenaz, que se ganaba rápidamente el cariño de sus alumnos y una habilidad para la tecnología. Así me di cuenta la influencia que ejercía mi hija para motivar a sus compañeras y alumnos.

No sé dónde leía esto, pero con frecuencia decía esta frase antes de salir del hogar: “yo soy de las que van con miedo, pero voy”. Un día regresó muy sería a la casa y me comentó que quería ser una mujer de motivación, ya que se sorprendió al ver cómo un compañero le comentaba que estaba sorprendido que una persona prácticamente sorda podía a pesar de su discapacidad ser tan animada y alegre, incluso saber conducir un auto. Así es Annette.

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